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Viaje de un naturalista (I)

El martes 22 marzo, 2022 a las 2:53 pm
Viaje de un naturalista (I)
Imagen cortesía de: editorialverbum.es

Viaje de un naturalista (I)

Donaldo Mendoza

Charles Darwin (Inglaterra, 1809-1882)

Viaje de un naturalista (1840 – 1846) es una selección de crónicas, publicadas por Salvat en su colección Biblioteca General (1992), No. 48. Doscientas diez páginas que a pesar de la letra pequeña se leen con el regocijo de una novela de aventuras, de esas que nos regalaron Verne y Salgari, salvo que Darwin nos presenta su obra como fruto de la observación directa, durante su viaje por América del Sur, entre 1831 y 1835. En su aventura científica, Darwin trasegó desde Brasil hasta la Patagonia, y de allí hasta el Ecuador.

Por sus innumerables estudios, Charles Darwin ocupa un merecido lugar en el ámbito de los sabios. En efecto, su interés por el conocimiento lo fue vistiendo de naturalista, biólogo, evolucionista, que supo complementar con otras disciplinas: sociología, antropología, historiología y ética. Tantas virtudes, aportadas por la ciencia, le facilitaron la capacidad de escribir como los mejores novelistas. Y del mismo modo se ha dejado leer.

Lo que cuenta y como lo cuenta, colorea un mosaico de cultura, usos, costumbres, idiosincrasia, folclor, tradiciones, religión, creencias, mitos, supersticiones; y por supuesto, geología, historia y geografía. En fin, una miríada de manifestaciones del espíritu humano. Es un álbum fotográfico de nuestra América del Sur lo que se nos va revelando a través de estas crónicas. Desde la primera imagen de la anciana africana, en Brasil, que “prefirió arrojarse desde el pico de una montaña antes de volver a la esclavitud”, ¡para qué indagar más sobre el significado de libertad!

Y mientras el indio en servidumbre paliaba el hambre y el cansancio de agotadoras jornadas de trabajo con el parsimonioso masticar de la hoja de coca, el negro esclavo despuntaba el alba con “cantos espirituales que rompían el silencio”, lo cual le hizo pensar a Darwin que “los esclavos se pasan la vida felices y contentos”. Para esta época, los hacendados brasileños les permitían a los esclavos trabajar los sábados y domingos para “su propio beneficio”.

Ya en suelo argentino, Darwin nos ilustra con otras impresiones del mundo americano. No nos dice que los hombres inventaron a los dioses, sino que ante lo misterioso e indescifrable los indios, “en condición aún salvaje”, apelan a lo ‘trascendente’ para dar sosiego a sus temores; en efecto, hay en la inmensidad de la pampa un árbol solitario (en muchos kilómetros a la redonda solo hay uno), el welleechu, al que los indios adoran  en improvisado altar: le cuelgan ofrendas tales como cigarros, pan, carne, trapos, etc.; movidos por la creencia de que “de ese modo sus caballos no se cansarán y ellos gozarán de prosperidad”.

Asimismo, Darwin nos informa de la condición de la mujer indígena en la tribu, al interior de una sociedad patriarcal, en donde ella “debe cargar y descargar los caballos, montar las tiendas y, en definitiva, ser una útil esclava”. En la desmesurada pampa hay lugar también para los gauchos, unos desplazados por la civilización, «los pobres de la tierra», pero libres como la tierra que ocupan. Cuando en su andar sin horizonte son detenidos por las primeras sombras, paran sus caballos, y dicen: “Aquí pasaremos la noche”. Admirado de ese y otros comportamientos, Darwin les preguntó a dos de ellos por qué no trabajaban, uno le respondió, muy serio: “el día es demasiado largo”; y con igual catadura agregó el otro: “es que soy demasiado pobre”.

Y entra en escena el general Juan Manuel de Rosas (1793 – 1877). De este singular militar y político argentino nos dice Darwin que era “dueño de casi 350 kilómetros cuadrados de tierra y 300.000 cabezas de ganado”. Vale decir que su figura ha sido referente para novelas sobre dictadores, pues llevaba una vida en la que el mito y la realidad eran lo mismo: “…cuando el general se ríe, no repara en muertos ni en vivos”. Luego la historia nos dirá que la obra magna del general Rosas fue, ‘‘limpiar’’ a Argentina de indios. Y así lo dejó dicho: “Se trata de la más justa de las guerras, en contra de los bárbaros”.     

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