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UN OTERO EN EL HORIZONTE

El sábado 4 julio, 2015 a las 12:36 pm

Toma del palacio de justicia de Colombia

A las tres de la tarde de un día plomizo bogotano, un jeep militar perteneciente al Batallón Guardia Presidencial, se precipitó sobre los dos estudiantes, que bajaban despacio del barrio Egipto donde residían hacia la Plaza de Bolívar. Iban sumergidos en la lectura de una de las historietas de aventuras de moda.

Armando Orozco Tovar

Armando Orozco Tovar

Aquella vez Luis Otero Cifuentes, cursaba aún primaria en la escuela República Argentina en el centro de Bogotá. Cuando fue atropellado con su hermano Gerardo por un carro militar, que era conducido por un soldado, que salía ebrio de su cuartel por la celebración del 11 de noviembre, día de la Independencia de Cartagena.

El niño Lucho, de pronto yacía al borde de la acera con su pierna izquierda aplastada, su cabeza fracturada por los parietales, sus dientes en volanta y la vista de sus dos ojos sin luz.

El accidente fue ocasionado por un soldado de la P.M., produciéndose en toda la esquina del Palacio de San Carlos, frente al Teatro Colón. Exactamente en el lugar por donde Simón Bolívar se le escapó al atentado de Santander la noche del 25 de septiembre de 1928, a dos años de su muerte en Santa Marta. El libertador se salvó gracias a la oportuna intervención de su compañera de Manuela Sáenz, que impidió se enfrentara a sus asesinos, haciéndolo saltar por una ventana donde hoy se lee una leyenda escrita en latín para que nadie sepa lo que ocurrió en este sitio.

Los niños Oteros de urgencia fueron llevados  al Hospital San José en una camioneta sucia de jabón que  en el sitio apareció. Allí a Lucho se le practicó una delicada intervención quirúrgica para con platino remendarle el cráneo. Igual que con su fémur izquierdo. Pierna la cual estuvo a punto de ser cercenada por la gangrena, pero ante la negativa de su mamá Georgina, que rotunda se opuso, sólo se le hizo injertos de carne sacada de otros partes de su cuerpo. La dictadura militar de Gurropín no lo indemnizó. Y su padre don Gerardo Otero poseedor de una cantera al norte de la ciudad pronto se arruinó.

Muchos años después y muy cerca del lugar del accidente Lucho se encontraría de nuevo durante la toma del Palacio de Justicia del M-19, aquel mes de noviembre de 1985 de cara con la muerte, y en serios apuros con el Ejército nazi- onal. El coronel Plazas, que dirigía la operación, entrenado en la Escuela de torturadores de las Américas, fue advertido por el gobierno de la ocupación guerrillera, haciéndose cargo de la retoma del palacio de Justicia a sangre y fuego con Cabrales, el otro general cabrón de su misma ralea.

Al llegar ambos soldadescos con sus tanquetas a la Plaza de Bolívar, enfilaron sus obuses hacia la fachada donde aún se lee se lee la leyenda santanderista que dice: “Si las armas nos dieron la independencia, las leyes nos darán la libertad”… En el momento en que Plazas gritaba napoleónicamente: “Yo manejo mis cañones como mis pistolas” (Casi dice cojones.) De inmediato dirigió los disparos contra los insurgentes posesionado de la instalación. El personal civil y magistrados de la Corte Suprema de Justicia estaban aterrados ante tamaño bombardeo, mientras los policías, soldados y cuerpos de todas las inteligencias, tiraban a matar a lo que se moviera, mientras al jefe del Ejército Belisario Betancur, el presidente de la Corte Suprema de Justicia le pedía a gritos desesperadamente por las cadenas radiales y televisivas, que suspendiera el tiroteo.

Los medios de comunicación fueron sacados del aire por la ministra “pasarela”, remplazando la masacre que se daba por un partido de futbol. La edificación ardió como pira funeraria. Era semejante a la Moneda Chilena, en el momento en que Lucho Otero, que siempre se le escapaba a las encerronas, resolvió irse de aquel lugar infernal, amparado por el intenso humo. El combatiente del M-19, salió por la puerta grande del edificio sin ser detectado como jefe de la operación, antes de que una tanqueta derribara la entrada central. Mientras a lo lejos cerca de la Calle del cartucho sonaba el himno del M-19, la canción interpretada por Celia Cruz, titulada: “Aquel 19”.

Años después, y al visitar en su oficina de su casa donde fuera asesinado Eduardo Umaña Mendoza, nos dijo a María Isabel García Mayorca y a mí:-“Se sabe según investigaciones, que Lucho salió del Palacio de Justicia en pleno tiroteo, pero estando afuera fue capturado y llevándolo a algún lugar donde fue torturado hasta matarlo”.

Seguro, que esta información autorizada por el investigado y abogado Eduardo Umaña Mendoza, era verídica, porque conocíamos las intrepideces que tenía de sobra Lucho, como combatiente entrenado en el 64 en Cuba. Seguro que se voló aquella vez como cuando le tiramos huevos podridos en octubre del 62, como militantes de la JUCO en Ciudad Techo, a Teodoro Moscoso coordinador de la Alianza Para el Progreso enviado por Kennedy.

De pronto el guerrillero heroico, que fue Lucho Otero Cifuentes: “media vida”, “Blas le Lezo”, “El tinieblo”… Como le decíamos en el bachillerado de La Libre, se invisibilizó bajo el cielo lluvioso, el mismo de su infancia, cuando un carromato del Ejército Nazi-onal lo atropelló, frente a la ventana por donde se le escapó a los sicarios, aquella trágica noche de Septiembre.

Se fue Lucho saltando por encima de las palomas de la paz, aplastadas por las tanquetas oficiales, sobre las losas de la plaza, donde Plazas y Cabrales, hacían constitucionalmente de las suyas.

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