
Un cuento de hadas en el siglo XXI

La necesidad de una mayoría política se ha convertido prácticamente en el único límite del gobierno.
Tocqueville
Hemos venido escuchando vítores, consignas y arengas en las calles, en los recintos gubernamentales, en los palacetes, en los despachos y en las aulas. Parece que el término democracia, vuelve a ser discutido y debatido en el marco del pensamiento político colombiano. Sin embargo, por culpa de los fanatismos de izquierda, derecha y centro se ha convertido en un asunto de interés general, y resulta ser la forma ideal de los gobiernos para el control social en el siglo de la inmediatez y las redes sociales.
Durante un largo período de tiempo, nuestro país ha asociado “democracia” a un modelo que solo representa al pueblo. Sin embargo, los últimos acontecimientos dejan en entredicho tales intenciones y nos asaltan las dudas al recordar que los Estados democráticos no deben reconstruir imaginarios o imponer sus ideas forjando conflictos en las calles cada vez que se les ocurra. Es un error.
Sería interesante reconocer que desde la Constitución del 91 hasta la fecha, la democracia ha sido un personaje más en los largos y curiosos cuentos de hadas que surgen y mueren en los territorios de nuestro hermoso Macondo. Los líderes o los que se autopraclaman serlo, en lugar de posicionar el concepto en los colectivos humanos, se han dedicado con muchos esfuerzos a buscar alternativas con el ánimo de agotar el pueblo. No obstante, sus ideas de cambio, de vivir mejor, de hacernos invencibles, de ser puro corazón o construir nuestro proyecto común, parece que solo sirven para titulares. Entendemos que al experimentar como los alquimistas medievales se puede caer en lo mismo de siempre y quedamos mal.
De este modo, tras los hechos, discursos y obras parece que los tiempos que se avecinan no garantizarán una cierta continuidad democrática. Muchos han empezado a dudar del modelo. Quizá un signo visible se manifiesta cuando desde el interior, algún funcionario, con ánimo de poder o de representatividad social o política empieza a escribir su descontento en sus redes sociales, a susurrarlo en los círculos íntimos o arengar en la plaza pública dejando al servicio del pueblo su gestión, nombre y apellidos.
No debemos caer en la trampa, algunos de estos leguleyos, saltimbanquis o culebreros fueron parte de las viejas instituciones y por su gestión, se vieron asediadas por críticas permanentes y cuando, el pueblo parece olvidar sus errores y parece de nuevo confiar en la capacidad de la democracia y ya sin la capacidad de afrontar el futuro con confianza llegan para divirnos y robarnos de nuevo el sueño.
En nuestros territorios, así suene fatalista, no hemos encontrado aún una fórmula democrática, veraz y unificadora que sea capaz de movilizar su aparato institucional para justifcar sus reformas, solo hay sujetos incitando división. No sabemos todavía cómo será el futuro en términos democráticos, aunque sí sabemos que de ningún modo será como era en el pasado. Se abre el debate.
************************************
Lee otros artículos del autor aquí:
Deja Una Respuesta