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Tombos en la u.

El viernes 21 febrero, 2020 a las 1:26 pm

Reflexión de Andrés Saldarriaga, profesor del Instituto de Filosofía U de A.

Andrés Saldarriaga

Al alcalde, que es progre, no le gusta el desorden. Le gusta que todo esté bien puesto. Es un muchacho bien arreglado. Tiene pinta de cero tolerancia. Y ese ha sido el remedio al ruido de las papas en la u.

Quien conozca los ritmos de la universidad pública colombiana (latinoamericana incluso, y esto no es mero dato curioso sino indicio estructural, pista de un profundo desajuste común), sabe que el tropel no va a salir a quemar la ciudad.

Hasta mediados de los noventa aún se quemaban llantas en la calle Barranquilla; buses ya no porque alguien había dado orden de que no los volvieran a tocar… Hoy en día no se hace nada de eso. El tropel tiene su lugar definido en la geografía real de la ciudad: permanece en su sitio. Desde hace mucho el ritmo del tropel es conocido y reconocido por quienes viven y estudian en Ciudad.

Sacudido el calor de la tarde por las papas, el evento se desarrolla como declaración pública de intenciones y al mismo tiempo como denuncia performática.

El carácter performático de este tipo de ocupación política del espacio y del tiempo públicos debe ser tenido en cuenta, pues solo así se comprende por qué pese a su aparente ferocidad el tropel no se comporta como una máquina de guerra contra la gente (otra cosa son los infiltrados, como los que se metieron a saquear un cajero que al tropel tradicional nunca le ha importado). Quite usted la fuerza pública y tendría una parada política. Una parada política ruidosa, como buscan ser todas las paradas políticas, incluso las silenciosas —estas quizá más.

Un par de horas de distracción del despiste cotidiano, y luego todo de nuevo a la normalidad. Ni gases, ni correrías desesperadas, ni humillación o miedo; sin violencia, en suma.

Tal vez la gente, sacudida por el ruido de las papas, se preguntaría en ese caso “¿Y estos muchachos, qué será pues lo que querrán decir?”. Quizá alguien, afuera, llegue a preguntarse algo, a sospechar algo, a pensar que algún motivo habrá para tanto ruido y tanta rabia. Tal vez mucha gente piense o sienta cosas similares, sin atreverse a confesarlo. (Usted, que le molesta el tropel, y que por supuesto tiene un derecho sagrado a molestarse ¿se ha preguntado por la historia del tropel? ¿Sabe de las muchas formas de lucha de los estudiantes de antes y de ahora, las innumerables formas de vida que han inventado para hacer vivible un presente insoportable? ¿Se ha dado cuenta que hay un antes y un después del tropel, un más allá y un más acá de él? ¿No se le ha ocurrido preguntarse qué más hacen de revolucionario el resto del tiempo? ¿No conoce los fanzines, los murales, las peñas, las chocolatadas, las asambleas, los convites, las ocupaciones, el trabajo comunitario, la militancia de género, los encuentros de poesía, las bandas de punk y de hard core, las de hip hop y de metal, los que fuman y ven caer la tarde desde el aero mientras leen cosas raras y muy inteligentes, la gente que escribe en hojas sueltas y regala lo que escribe, los que hacen comida ancestral como política, los que cuidan y aman a los animales, los que saben de plantas y de caminos en los bosques, los que hablan con la gente de los pueblos y lloran con las historias campesinas, los grupos de lectura que sueñan con refundar la teoría y de paso la realidad, los que aprenden lenguas viejas y pequeñas que los políticos desprecian, los que hacen trueque y así llegan a conseguir libros inconseguibles de anarquistas olvidados, los que quisieran quedarse toda la vida en la universidad sencillamente porque la u es una chimba, los que no quieren ser políticos porque de verdad quieren hacer algo? ¿Conoce usted todas las formas de acción de las y los estudiantes, la estudiantada alegre y valerosa? ¿O solo ha visto un tropel y piensa que eso es todo?).

La política de cero tolerancia del alcalde le está costando a la universidad muchísimo más que lo que le cuesta el tropel.

Esa política dice: “a la primera papa entran los tombos”. En realidad no dice más que eso. Y por eso todo lo que se derive de ella tiene aspecto marcial, no cívico, menos aún democrático. Los ejemplos, que en realidad son lo que importa, no faltan ya: los esmadianos —raza potencialmente peligrosa, que debe ser llevada con traílla y bozal como manda la ley—, apostados en las porterías para vigilar la salida forzosa de la universidad, no se podían quedar sin castigar, y es así como a los gaseados estudiantes que salían entre rabia y lágrimas de la universidad, les espetaban “Fue con mucho gusto”. Como quien dice: a la violencia física súmele la humillación.

No se puede desconocer el fuerte elemento estético que hay en cada salida a escena de los esmadianos: toda su mímica, su postura, el color de las armaduras, la cuadrada homogeneidad de las figuras, todo en ellos es desafiante; no hay gestos de confianza, por supuesto ninguno de cuidado. Toda su estrategia (producto de una formación que debe costarle mucho

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