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Domingo, 10 de diciembre de 2023. Última actualización: Hoy

Tesaurus

El jueves 28 septiembre, 2023 a las 12:01 pm

Tesaurus

Un cuento

Con el terremoto supo que había llegado su momento. Los habitantes de la calle central, hacia arriba, y, quienes vivían de la línea del filo de la navaja hacia abajo sufrían. El sector histórico, dada la antigüedad, se vio más afectado por el terremoto. La casa donde se alojó el libertador presentaba grietas que hacían casi imposible su reconstrucción. De la calle central hacia abajo de edificaciones modestas, dejaron ver fisuras, descuaje de cimientos y quebrazón de muros. El servicio de agua colapsó. La planta de tratamiento afectada. Alcantarillas inconexas. Los malos olores inundaron la ciudad. En el cementerio las bóvedas agrietadas dejaron los restos a la luz del sol. Y, los bomberos, con el carro achacoso y en desuso, tuvieron mucho trabajo para apagar incendios en distintos lugares. Peor, los hidrantes no prestaron mayor servicio ya que el acueducto estaba fuera de servicio. Los escombros de las viviendas, esparcidos en las calles, dificultaban el paso de los bomberos. Montones de adobe, chusque, guadua, ladrillo, mármol y piedra impedían la circulación mientras la sirena de bomberos aullaba. El auto de la ambulancia quedó encerrado en una calle ciega, dados los escombros que obstruían la vía.

En medio de la desdicha Tesaurus se encontró en su salsa. Con el detector de metales el espíritu alcanzó la clarividencia. Sin perder tiempo inició las excavaciones en una parte y otra de las ruinas. Por fin podía dedicarse, sin que nadie le impidiera, a las actividades semiarqueológicas. En la confusión por el sismo, unos iban al cementerio y recogían los huesos de sus familiares, mientras otros cargaban a los heridos al improvisado hospital. Mientras se padecían duelos, quebrantos, dolores, hambre y sed, podía dedicarse Tesaurus, sin que nadie le prohibiera cavar en las casonas derruidas y al borde del derrumbe, entre las cuales se encontraban las viejas mansiones de adobe y cañabrava de los señores de la gente bien.

Beneméritos ciudadanos conservadores del patrimonio histórico murieron y, los que quedaron vivos asistían a las funerarias, a las exequias, o se acercaban a los dolientes para rendir el último tributo, a quienes desdichadamente habían fallecido. Nadie estaba pendiente de las indagaciones del huaquero. Actuaba en plena libertad, estaba a salvo de las prohibiciones. En aquella confusión, por causa de la tragedia, la legalidad no se hizo presente para impedir que excavara y destruyera algún objeto significativo del patrimonio cultural. No necesitó irse fuera al territorio indígena, en busca de la tumba de un cacique que, a lo mejor se encontraba en un túmulo sin indicio de que escondiera un tesoro o una mascarilla de oro. Se imaginaba como Howard Carter y Lord Carnavon, en la tumba Tutankamón, cuando por la ciudad semidestruida recorría las calzadas derruidas, siguiendo los pálpitos de sus intuiciones.

Por eso, al caminar por las calles obstruidas por el derrumbe de las construcciones, con su equipo: pica, pala y detector de metales, sabía que dejaría de ser un hombre sometido al reino de la necesidad, declinaría de ser un pobre, por fin, un hombre rico. Tenía la corazonada de una tumba milenaria en una casona, cerca de la Calle principal, entre el parque del poeta y equidistante a la plaza de la Libertad. El primer día, después del augurio, sigilosamente emprendió la tarea. Encontró la tierra blanda. No era imaginación, la certidumbre de que el tesoro estaba cerca. En sus sondeos en busca de guacas o tesoros, solían decir los amigos que, era una especie de Charles Darwin, sin necesidad de ir a las islas Galápagos, tampoco había encontrado tortugas gigantes o dragones de Komoro. En el Café Central, alrededor de las mesas de billar, los compas hablaban de los hallazgos. En una exploración desenterró el esqueleto de un perezoso. Uno de los hombres, mientras corría el chorizo del billar, después de haber hecho tres carambolas, que decía saber latín, dijo que era un Megatherium. En otra exploración, que llevaba a cabo por su cuenta, ya que ninguna institución internacional lo financiaba -comentaban unos amigos- encontró un armadillo gigante, lo que “en la clasificación científica se denomina un Equus S. P”. Y entre carambolas, cerveza, burlas, aroma de café disertaban los jugadores, ante el verde tapete, que Tesauros en encontrar oro era desafortunado, porque las guacas, misteriosamente, se le corrían, pero que algún día, un departamento de arqueología de una universidad gringa, lo contrataría como arqueólogo empírico, gracias al guanaco, denominado Lama guanacae. Por ser un empedernido buscador de tesoros o entierros tenía relación con el mundo del más allá. Consultaba brujos, fantasmas y el espíritu de los muertos. Los ojos opacos se le volvían radiantes cuando localizaba algo misterioso, inexplicable, brillante como el oro, deslumbrante como las esmeraldas. El apodo, Tesaurus, le fue otorgado, no por ser miembro de la revista de la academia de la lengua, sino porque llevaba años en el oficio de guaquero y; un exseminarista, estudioso del latín de sacristía, jugador empedernido del billar, le había apodado con tal calificativo. Halló una figura femenina, no muy lejos del pueblo escultor. La talla en piedra, de anchas caderas y senos opulentos fue llamada por los billaristas, la Eroticona.

Quince días después del terremoto, cuando muchos se alojaban en carpas, Tesaurus, en el Café Central en tertulia con sus amigos, imaginaba el tesoro, en una casona derrumbada, en cuyo patio trasero se veían misteriosas luces en las noches. Y, mientras, en varios sectores de la ciudad reconstruían las alcantarillas, concitaban el acueducto, restablecían el alumbrado eléctrico, hilaban la red telefónica y, con plomada, palustre, ladrillo y cemento, levantaban casas, Tesaurus estudiaba un mapa de la ciudad.

Era una casa abandonada, por causa del cataclismo, lugar donde crecía el diente de león, hiedras y maleza. Desde tiempo atrás el huaquero había querido meterle pico y pala, pero no había podido porque los dueños no lo permitían y, los defensores del patrimonio histórico vigilaban el lugar, para que no fuera a destruir lo que se encontraba en el sitio. Tesaurus, en más de una ocasión, había dormido en la cárcel, al ser sorprendido excavando en el lugar en que los académicos de historia no permitían explorar.

Más el tiempo de la prohibición quedó a un lado a causa del terremoto. Por lo tanto, Tesaurus pudo dedicarse a la búsqueda del tesoro. Sudoroso, con la ayuda de los instrumentos científicos: pico, pala y detector de metales, en noches sin luna, husmeaba. El detector no mentía. Mas debía actuar con cautela porque no faltaría el soplón que lo denunciara ante las autoridades. No podía darse el lujo de que lo llevaran detenido y esposado a la chirona en aquel tiempo estelar. Con las virtudes que lo caracterizaban: silencio, astucia y sigilo, excavó. El baúl con las morrocotas esta vez no se le escapaba, ya que había sido la casona de un aristócrata, en la guerra de los Mil Días. Como en aquel periodo no existían los bancos, ante el temor de ser despojado de su riqueza, dado que las oleadas de asaltos no faltaban, el señor había enterrado las morrocotas, esmeraldas, oro y otras preciosas alhajas. Y, cuando en la excavación descubrió picos, palas oxidadas y cabos de madera podrida comenzó a sentirse desconcertado. Y, más profundo en el sedimento halló cráneos baleados, fémures quebrados y restos humanos. Entonces estalló el escándalo en la ciudad, dado que el recuerdo de los asesinados, después de la muerte del Negro, se hizo presente. Eran despojos de rojos, que durante mucho tiempo se decía que habían huido ante las amenazas y, nunca más se había oído hablar de ellos. Al conocerse la verdad, le fue imposible permanecer a Tesaurus en la ciudad y tuvo que huir a la mina y a los sembrados de coca. Los restos no solo condujeron a la notaría, ya que el alcalde era el propietario del inmueble en los tiempos del auge de los pájaros.

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