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TERESA, EN CUYA FRENTE EL CIELO EMPIEZA…

El lunes 20 febrero, 2017 a las 4:54 pm

Gloria Cepeda Vargas

En el 2016 cumplió 75 años vida el conocido Soneto a Teresa, escrito y publicado por Eduardo Carranza en 1941.

Eran tiempos del modernismo de Rubén Darío y de José Asunción Silva. Después de la primera guerra mundial, las guerras civiles que entonces nos flagelaban y la toma de conciencia acerca del subdesarrollo del país, dieron paso a una nueva manera de sentir. El intento de renovación de los parámetros estéticos de la literatura y del lenguaje, mediante actitud aristocratizante y preciosismo verbal, empezó a declinar. El período comprendido entre los siglos XIX y XX marcó el cambio: un nuevo andamiaje para la política, la economía, el arte. Colombia necesitaba nuevos aires, como dice León de Greiff. Y en ese coro de cigarras que alimentaba el discurso poético colombiano, se abrió paso el movimiento que, con notable influencia de Juan Ramón Jiménez, fue bautizado como la generación de Piedra y Cielo.

La década 1934-1944, marcó, con Arturo Camacho Ramírez, Jorge Rojas y Eduardo Carranza, el apogeo del soneto en Colombia. Carranza, nacido en Apiay, Meta, en 1913, es uno de sus más celebrados integrantes. Tachado de falangista y reaccionario, Harold Alvarado Tenorio dice que su fama tiene que ver más con la historia que con la poesía. Romántico e intimista, la nostalgia que alimenta muchos de sus poemas y la levedad del lenguaje utilizado en algunos de sus textos en prosa, disuenan con su manera de vivir. Con Óscar Echeverri Mejía fue el representante cultural de los gobiernos más violentos de Colombia. Renovó solo a medias lo que lo precedió en materia poética. No obstante, su voz sigue siendo escuchada con respeto, cuando ha corrido ya tanta agua bajo los puentes.

Su Soneto a Teresa, escrito para María Teresa Holguín, una adolescente caleña estudiante del Liceo Belalcázar, fue quizá una de las primeras maneras de sublimar lo inexpresable utilizada por un poeta colombiano (Omito Suenan Timbres de Luis Vidales, entonces invisibilizado). El arroyuelo azul que empezaba a abrirse camino en la cabeza de la mujer amada, arrasó la hojarasca existente en un movimiento poético agotado por inercia.

Tal vez la irrupción de una metáfora tan descarnada, chocó con la caída de hojas polvorientas en que se había convertido el modernismo literario en Colombia, mostrando a su anquilosada caparazón lo que existe más allá de la forma, en ese planisferio fascinante que sigue siendo su majestad el verso.

Teresa en cuya frente el cielo empieza/ como el aroma en la sien de la flor/ Teresa, la del suave desamor/ y el arroyuelo azul en la cabeza, cantaba Carranza a mediados de los años cuarenta. Lo suyo representó cabriola irreverente en la geografía lírica de entonces. Tan poderosa fue en este caso la metáfora, que ni siquiera la levedad del adjetivo la desarma. Ésa es la poesía y su aliento de siglos. La eternidad  del enigma, lo cegador del asombro.

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