
Créditos: Biología – SYD
Taxonomía
A partir la ley de los tres estadios: teológico, metafísico y positivo, de Augusto Comte (1798-1857), en el Curso de filosofía positiva, (1844) se clasifica a los profesores. La creencia lleva a la religión, el razonamiento es propio de la lógica y, a partir de la experiencia y la observación, la prueba caracteriza la ciencia. Hay pedagogos que imparten creencias, otros cabalgan el razonamiento y, aquellos que viven de la experiencia y la observación. Sin embargo, tal clasificación de los profesores en creyentes, razonadores y experimentadores se puede objetar, ya que no existen los tipos puros.
Más, sin pretender que la realidad coincida con la clasificación milimétricamente, se puede afirmar: hay docentes que adelantan hipótesis, es decir creencias; más en este punto es necesario aclarar que hay maestros cuya actividad académica se centra en imponer creencias. Estos se erigen en el argumento de autoridad y en la obediencia.
El profesor lógico porque busca la fundamentación en el razonamiento. La lógica lo define ya que se guía por las leyes del raciocinio. Pero limitar al profesor solo por las leyes del pensar sería colocarlo fuera de contexto, es decir darle el rotulo de psicólogo. El lógico no se ocupa del pensamiento, sino del razonamiento y, éste puede ser correcto o incorrecto. Dicho docente llena los tableros con demostraciones y hace toda clase inferencias. Sin embargo, en ese intento el razonador no deja de caer en las falacias, es decir, en inferencias incorrectas, pero psicológicamente persuasivas.
El tercer arquetipo de profesor es el científico. Francis Bacon estableció el campo del que hacer a partir de la empíria: “la observación y la experiencia para recoger los materiales, la inducción y la deducción para elaborarlos, tales son las únicas y buenas máquinas intelectuales”. Si bien lo planteado es sencillo eso no significa que no se convierta en sofisma con los cursos de metodología científica. En la olvidada historia académica se cita al profesor de física que, al no tener en el laboratorio los aparatos para hacer experiencias y observaciones, se ve en la imperiosa necesidad de decir: “Muchachos, hay que aceptar lo planteado por artículo de fe”.
Hay docentes del sentimiento, de la razón y de la experiencia. El primero es el profesor teólogo, a partir del estado de ánimo o disposición imagina e impone verdades de fe. El metafísico dedicado a engarzar premisas y conclusiones, las cuales son consideradas por los estudiantes caminos difíciles e intrincados de entender. Por último, el científico caracterizado por la duda filosófica guiada por la experiencia.
Vale considerar si el conocimiento de los estudiantes se constituye en la ciencia. En el laboratorio las balanzas están descalibradas; se confundan cien centigramos con decigramos… A lo largo de los semestres las prácticas son las mismas, los informes de laboratorio se copian de aquellos que hayan obtenido las mejores notas en el semestre anterior. Los lógicos, en los que se puede incluir a los hijos de Pitágoras, aunque ellos dicen que la matemática no es lógica, se escucha a los estudiantes: “la ecuación, la derivada, la integral la cuadro por el método de la macheteo”. En cuanto a los profesores creyentes no admiten dudas, menos impertinentes. Recurren a la exclusión de los cabeza dura que no llegan al sentimiento y, por ende, a la creencia.
II
También los estudiantes entran en la clasificación de teólogos, metafísicos o científicos, pero hay advertir que no hay tipos ideales. Más según los etólogos se pueden catalogar como: clavados, vagos y caspas. Los primeros son aquellos que ocupan los primeros puestos en el salón de clase. Muchachos puntuales. Con oído atento siguen el desarrollo de la clase. Toman notas, hasta de los suspiros del pedagogo. Visitan la biblioteca. Solitarios, los fines de semana realizan los deberes. Un quebradero de cabeza relación entre teoría-ejercicios o el ensayo. El lunes vuelven al instituto, preocupado por lo que no pudieron, padecen la enfermedad social y para curarla necesita del otro. Y, éste es el vago que durante el fin de semana ha hecho muy poco. Es cierto que trabajó, pero terminó en el bostezo. Por eso necesita al clavado para curarle la enfermedad. La terapia del vago comienza en la cafetería. “Pide lo que te provoque”. Al vago desmoronará la soledad del clavado. Al final de la invitación y de pagar el vago en la cafetería, dice: “A mí no me salieron todos los ejercicios.” “A mí casi todos” · “Me prestas el cuaderno para fotocopiar lo que no pude resolver”. El clavado lo hace con gusto.
Los estudiantes caspas son otra cosa. La edad los hace lejanos al estudio. Miran a los vagos con cierto desdén por no decir que desprecio, ya que saben muy bien como los vagos se aprovechan de los clavados. Pero las caspas son distintos, porque el fin de semana estuvieron en fiestas, levantaron nuevos amores, hicieron relaciones sociales. Jugaron billar, visitaron la parcela de un amigo, pasaron por el club, salieron en moto o en el automóvil de papi. Uno de ellos lo chocó y otro fue detenido por conducir en estado de alicoramiento. El fin de semana fue divertido. Y cuando llegan al colegio saben muy bien que el colegio no es para estudiar sino para pasarla chévere, en continua farra con los compañeros.
III
Un profesor español me decía que la evaluación de los estudiantes a lo largo del semestre se parece a la historia de tres reyes españoles. En las primeras semanas de clase el profesor debe ser como Sancho el Bravo (rey hacia 1284) que recibió tal nombre por su seriedad e insociabilidad) La primera previa es rompecráneos. De otra manera si el docente es una “madre” los estudiantes no le estudiaran. La entrega de la evaluación será la clave para el éxito del curso. Si el curso tiene 33 alumnos el examen solo la pasan los estudiantes clavados, es decir tres o cuatro. El resto los veintinueve quedan sorprendidos porque son desaprobados. Miraran el examen calificado y al profesor. El reconocimiento es el resultado pues se dan cuenta que el profesor es cuchilla. Saben que pueden perder la asignatura y, que el maestro es un hombre fuerte y no tiene corazón en el pecho.
Los alumnos sospechaban el destino del curso. Entonces asiduamente se presentarán a clase, nadie leerá el celular. Todos estarán atentos, preguntaran cuando no entienden y, en el segundo quist: “hay que recuperar”. Este es el reinado de Sancho el Fuerte (rey de España entre 1194 y 1234). El docente se caracteriza por su estatura intelectual y su fortaleza. En las clases no hay jaleo, no se escucha el zumbido de una mosca, nadie llega tarde, los estudiantes tienen el texto guía. El tema de estudio es desarrollado en un ambiente de trabajo intelectual. Los estudiantes nerdos tratan de dominar el tema apagan el celular, la radio y no ven T.V. Para el segundo examen, en el cual se va a definir el 70%, hay expectativa. El día cuando el profesor entrega y resuelve el cuestionario, la mayoría de los estudiantes piensan que es posible que pasen la materia, pero habrá que “clavarse”. Los estudiantes hacen cuentas. La suma de la primera y segunda evaluación, dividida por dos, da como resultado que van perdiendo la materia, pero la esperanza es el examen final para el que habrá que estudiar mucho.
El final del semestre el profesor se habrá transformado de Bravo a Fuerte y de éste a Sancho Panza. La última prueba es fácil; nada de dificultades y “cascaritas”. El alumnado espera el resultado. Aunque hay que decir que al estudiante nerd poco le interesa el resultado, mientras los vagos y los caspas contendrán la respiración a la hora de la verdad. Pero, ¡oh sorpresa! la mayoría de las notas son buenas. Sin embargo, varios estudiantes se acercarán al profesor con el argumentum ad misericordiam. Sancho Panza los mirará asombrado: ¿Usted perdió? ¡No lo puedo creer! ¿Acaso no obtuvo una buena nota en el examen final? El profesor pregunta ¿Qué fue? El rajado dirá: fue que en el primer parcial saque 0,5… Sancho Panza, adolorido, le responderá: No puedo hacer nada, porque la primera nota se asentó en la hoja de calificaciones, a principios del semestre.
IV
Un etólogo al estudiar a los alumnos y chigüiros estableció la analogía. Comparó las características generales y particulares de unos y de otros, a partir de una cacería de los mencionados roedores en la que participó. Salió de caza. En la lejanía, divisó, los roedores que se fueron acercando. Cargó la escopeta y se dispuso a disparar sobre el chigüiro que comandaba la nube. Pero por fortuna los compañeros le advirtieron del mortal peligroso si disparaba sobre los primeros de la manada. Tal es el caso que si dispara y se derriba a los líderes la multitud se detiene. Ubica al cazador y se lanza sobre el infortunado. Éste puede trepar a un árbol, pero ¡oh desdicha! los furiosos animales roerán el árbol y, al no poder derribarlo, permanecerán ahí hasta que caiga el muerto. Por eso hay que esperar que la manada, dirigida por los más jóvenes y vigorosos, pase. Es de advertir: el rebaño se desplaza en punta de lanza. En el exterior los jóvenes y briosos sirven de coraza de las hembras los chigüiros niños. Por eso, para cazar un chigüiro hay que dejar que pase el tropel y disparar a los de la cola. Al escucharse la detonación la manada huirá del peligro y, en el campo quedaran los chigüiros mayores, gorditos, y con la experiencia de los años.
Los estudiantes no son más que una manada de chigüiros, decía el etólogo. Un curso es guiado por los estudiantes clavados, briosos que corren tras el conocimiento. Así, el mayor error de un educador es atacar a los mejores, porque si ello sucede se detendrá el grupo. Por eso por más que los clavados pongan en la cuerda floja al maestro, éste no puede atacar. Debe pasar por alto la desautorización y la ironía de los mejores chigüiros. Un ataque a un clavado es cosa gravísima porque el grupo unido rodeará árbol del conocimiento y el profesor con el rabo entre las piernas será vetado y arrojado del paraíso.
Debe ser reflexivo el preceptor. Ante la velocidad de comprensión de los clavados que lo ponen en aprietos no debe dejarse llevar por la ira. Debe agachar la cabeza y aguardar tranquilamente el paso tiempo. La solidaridad del montón termina con los exámenes finales. Los pilosos se marchan, ellos no se preocupan por la nota. Los vagos pelechan y pasan raspando. El profesor sabe quiénes perderán. La pandilla se marcha y quedan los chigüiros “buena vida”, gorditos, confiados, aquellos que “mamaron gallo” que pensaban del profesor que era una “madre” quienes imploran un poquito de piedad para los holgazanes.
V
Con cansancio son esperadas las reuniones de final de curso. Los clavados estudiaron, se sienten satisfechos; los vagos en la cuerda esperan habilitar y hasta perder; los caspas han haraganeado, poco les importa perder y, se sorprenderían si son aprobados.
El rector abre la reunión de clausura: “Este año es clave para el prestigio del colegio. Por eso les pido al cuerpo docente altura en estas circunstancias. Desde hace años el colegio declina. Pero en la institución debe brillar la calidad y la excelencia”. Después de la introducción el venerable pregunta: Pitágoras ¿Cuántos estudiantes aprobaron el curso? El matemático responde: “De los treinta y cinco estudiantes solo aprobaron seis. El catedrático de química: “Más o menos lo mismo que sucedió en matemática”. “Sea preciso profesor, lo mismo que Lavoisier.” “Siete aprobaron el resto ni en teoría ni laboratorio dan pie con bola.” El ilustre físico, Newton, frotándose las manos, hace un breve recuento de lo sucedido para terminar con su resolución según la cual solo aprueban ochos o nueve estudiantes.” Luego interviene el licenciado en idiomas y el profe de español y literatura se quejan: “Ni escriben ni leen, copian de internet.”
Al examinar los informes se hace evidente que la mayoría de la energía se ha perdido y, se verifica la segunda ley de la termodinámica. Pero…desde un rincón alguien pregunta, con voz pausada y pensativo: ¿Y esos estudiantes reprobados que van a repetir le hacen bien o un mal al colegio? El desconcierto y los murmullos se instalan en la reunión. Todos hablan al tiempo. Hay incertidumbre. Después de una nube de dudas hay humo blanco: “Hagámoslo bachilleres”
En otra ocasión, después de haber recordado el lema y la cualificación del instituto, se organiza el acto de clausura. La proclamación de los graduados será un acto sencillo porque la mayoría perdieron el año. Pero el acto no puede ser tan seco y sencillo desposeído de gracia. Si bien se escuchará la marcha de Aida, las palabras de un bachiller, se necesita algo más. Una intervención musical, declamación de quien ganó el concurso departamental o nacional. Además, se entregarán los trofeos que el colegio conquistó en las olimpiadas en futbol, baloncesto, atletismo. Y todo va viento en popa, hasta que una profe habla. “Pero tanto el guitarrista, el declamador, los deportistas, todos ellos perdieron el año, porque intelectualmente no dan bola.” Y desconcertados los profesores se encuentran con una situación contradictoria: Y ¡qué tal! que después de la interpretación musical, del aura de declamador, de los trofeos que han enaltecido al colegio, se les dirá a esos cubiertos de gloria que perdieron el año… Así, no se puede hacer el oso, la solución es: ¡Habemus bachilleres!
VI
Al bajarme del colectivo camino a la casa de mi madre comenzó a pitar junto a mí un automóvil negro, último modelo, de vidrios polarizados… Sentí cierto temor, pero me sorprendió que se abriera la puerta y me dijera el conductor: – ¿No te acuerdas de mí? Yo soy Buenavida, el apodo que tú me pusiste -Entonces, vino el recuerdo de los tiempos de secundaria. Subí al auto, pronto avanzó ante el pito de otros vehículos. Recordé el condiscípulo: compañero de octavo y el bautizo de los apodos- Te tiraste al cojo con el alias: El inmortal… porque nunca estiraba la pata. Todavía lo llaman así. Cuando ofendido te hizo el reclamo, le dijiste: Eres famoso pues estás en una narración de Borges – También “Cielito lindo”, como la canción del lunar junto al boca- Se murió la gorda a quien llamaste la Ballena- Por ahí anda Palmolive, con su rostro inolvidable- Langostica porque solo se le come la cola – ¡Ah tiempos aquellos! –Y, ¿la loca? – Se casó con romerito, luego lo abandonó, se fue con otro, le dejó tres hijos.
La ciudad no era la misma. Las antiguas casas republicanas demolidas para dar lugar a edificios de varios pisos, con ascensor y portero- Y, qué pasó con los clavados? Indagó, mientras el vehículo se detuvo en un trancón. – El pequeño Saavedra no pudo estudiar y, es secretario en la alcaldía, a pesar de los cambios políticos; el pelirrojo fue profesor de matemáticas hasta que murió de un ataque al corazón. Era un tigre con esas ecuaciones, límites, derivadas e integrales. – Y, ¿Toño? – Ni más desde que salimos de la clausura no lo volví a ver.
A continuación, pregunté por los vagos. -En la universidad fueron anarquistas, comunistas, socialistas, se consideraban el proletariado, confundiendo las pedreas con la lucha de clases, pero cuando consiguieron “camello” se les acabo la revolución. Unos se hicieron ingenieros, por la piel de cocodrilo de las calles puedes ver, que han hecho. Otros cayeron en la oficina de impuestos y se volvieron ricos. Aunque, ¿te acuerdas de Peralta? Pasó varios años a la sombra en Caravanchel, cuestiones de perica. – ¿Téllez? – Murió de cáncer, recuerda que tenía una cicatriz en una de las piernas por los totes. -Mira allá va Jimena. Uno de tus amores. -Otros fueron psicólogos, economistas, gerentes, arquitectos quebrados -El pequeño Tafur terminó de cura- Pulido murió en la explosión del atentado del DAS.
Le pregunté por las caspas. Le dio risa, ya que uno de ellos era el conductor del vehículo. -Ya verás, el flaco es el distribuidor de cerveza para toda la región. El gordo, siempre goza de buena salud, aunque no su mujer, es dueño de un supermercado en el centro de la ciudad -El negocio de Julito, aquel que llegaba los lunes en un guayabo…es dueño del mejor estanco. El hijo del terrateniente, “Sueño eterno”, es urbanizador, en el potrero, detrás de la antigua estación del tren. Está podrido en plata. Y, ¿tú? -No puedo quejarme. Tengo un negocio. -y me alcanzó el catálogo- Cuando lo abrí: las chicas en bikini o en nada, ofrecían caderas doradas, deliciosos senos, labios de fresa. -Al bajarme del auto, junto a la puerta de la casa de mi madre, me extendió su tarjeta, y dijo- Cuando quiera vaya, para usted que me puso el apodo, el servicio es gratis.
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