Hace dos años, cuando se cayó la Reforma a la Justicia y la clase política quedó expuesta en su mezquindad, pensé que el establecimiento político que nada lo inmuta, había sentido por lo menos un campanazo. Creí que la indignación que se había fraguado en las redes sociales contra el orangután que se fraguó en el Congreso, venía con una fuerza tan inusitada que de seguro iba a ser leída por los jefes de los partidos con detenimiento. Es más, creí que si este Congreso iba a ser el de la paz como se había dicho, iba a empujar a los partidos a llevar nombres idóneos que oxigenaran la política y la sacaran de las castas de los carruseles de la corrupción. Obviamente me equivoqué. La clase política, los jefes de los partidos no se inmutaron. Ni siquiera oyeron el campanazo. (María Jimena Duzán, “Escepticismo”, Semana, 10 al 17 de marzo, 2014)
Acertó la columnista. Por primera vez en esta historia de perversidades y servilismos cohonestados por la sociedad y la ley, Colombia empieza a hablar. Es el viejo cuento, la viciada leyenda reverenciada por tirios y troyanos. Infundio con categoría de verdad revelada, hábito amañado por el látigo y la dádiva. Colombia, “la democracia más antigua de América”, se prostituyó hasta los tuétanos en una transacción donde se ferian desde el saludo hasta la conciencia.
El nuevo ajedrez político será incierto como toda transición. El Centro Democrático, con su vociferante gurú, encarnará una fuerza opositora que lejos de equilibrar la balanza, tendrá como único objetivo entorpecer todo proyecto del gobierno. Si es que se posesiona, Uribe llegará blindado con su corte de loros y monos amaestrados. Lo primero que bailará en la cuerda floja, serán los diálogos de La Habana. En nombre “de los sagrados intereses de la patria”, payasos y volatineros danzarán al son que les toquen. Dura (que no ímproba) misión deberán cumplir los senadores de la oposición democrática. Será una lucha desigual: aquí el empeño solitario por cambiarle la faz a la vieja política colombiana, de cumplir con un pueblo tan necesitado de atención y misericordia. Allá la catapulta confesional y arrogante, la ciega andanada del poder inescrupuloso vertida sobre los que nada tienen, porque los poderosos siempre caen parados, salga por donde saliere el sol.
¿Cómo tratar de entender la afrenta para los ciudadanos de bien que significa la penetración a la supuesta cuna de la legalidad en Colombia, de un individuo de la calaña de José Obdulio Gaviria? ¿Quién aúpa esta desvergüenza nacional?
Después de los cambios nunca vistos que hemos presenciado, los consuetudinarios caciques políticos que todavía hibernan, deberían poner la barba en remojo. Aún falta mucho camino por andar pero por algo se empieza.
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