Marga López en el Taller de Intaglio en el Museo Rayo con una treintena de jóvenes y mujeres

Ir a un taller de Marga es adentrarse en senderos de magia para presenciar transformaciones de espacios, juegos de neuronas, encuentros con gnomos, ogros, hadas, minotauros, o con el rumor de un riachuelo que corre por entre los dedos.
Marga López Díaz, mujer de oro y rojo, hecha de hilos largos, ojos de cisne y boca de dragón blanco es una poeta que nació en La Ceja, Antioquia —no sé la fecha ni me quiero enterar —, porque vive y ojalá nos deleitara con su aura para siempre. Es, también, un ave alta de verde anaranjado, que vuela por la cordillera, sobre los ríos y los esteros del mar pacífico.
La han visto pasar niños y jóvenes, mujeres y hombres de alta edad, los Andes hasta Perú, los mares hasta Europa y Asia. Y pequeñas y grandes ciudades como Quimbaya, Cartago, Calarcá, Filandia, Sevilla, Cali, Barichara o Roldanillo, en la mañana, a plena luz, cuando el sol arrebola o, al abrigo de las sombras.
Sus talleres, tallan, pulen, embrujan, hacen reír y echan a volar palabras como joyas, peces, piedras de río o mariposas en estampida. Aparecen en caras de libros Sartre, Van Gogh, Renoir o el Greco, retrocede hasta Alejandría o Delfos o París, y nada en el Guadalquivir, el Ganges o camina por Fuente Vaqueros en Granada.
Ir a un taller de Marga es adentrarse en senderos de magia para presenciar transformaciones de espacios, juegos de neuronas, encuentros con gnomos, ogros, hadas, minotauros, o con el rumor de un riachuelo que corre por entre los dedos. Se viste uno con zarcillos para parecerse y sentir a Fridda Khalo, mientras mira sus cuadros y recrea la poesía que delinea su martirio. Sea que uno vaya al taller en el Museo Rayo y oiga las disertaciones sobre poesía de Marga o vaya con ella a Cereté, San Gil, Buenaventura, a Comfandi en Calima–Darién o la Biblioteca del Centenario en Cali, la poesía irá creciendo con la batuta de los maestros que por allí pasan. Pessoa, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Quevedo, Jorge Manrique, Berceo, Borges o poesía hebrea, japonesa, colombiana, griega, italiana o inglesa.
Oír a Marga es como encontrarse con un filón de oro en los montes de Virgilio, la ironía de la fábula o los escenarios de Shakespeare o Moliere, García Lorca o Casona. Cuando abre su boca salen los genios que vió Shariar o los caballitos del mar argentino de Alfonsina. Nada escapa a su afán de leer y memorizar o de cantarle a los yarumos, los guayacanes acompañada del jazz y sus saxofones.
Nadie será el mismo después de asistir a los talleres con Marga. Se hallará impregnado de la melancolía de la goma arábiga, del ala de la L, de libros con ribetes rojos o estampas chinas para leer de arriba abajo con los ojos entornados. Ella adornará la clase, se vestirá con saya larga, se sentará sobre el suelo, descalza o mirando como en éxtasis mientras escucha un poema recién nacido de la mano de un discípulo y lo aplaude si es que vale la joya que ha dejado ver.
Cuántos poetas, mujeres y hombres, han entrado a los variados recintos donde Marga vuela con la poesía y han salido como viento encabritado o como dulce gacela a retozar en los collados por los que vagaron David y la Sulamita. Por sus laberintos de versos libres de reglas, de academias y de minotauros indómitos han pasado miles desde que Marga era una aprendiz de bruja dando clase en las escuelas y bibliotecas de Antioquia. Muchos de ellos y ellas han traspasado el límite en que siempre habían vivido y su voz ha resonado en salones, ágoras y ateneos.
Erato, —llegará un día—, besará en la frente a Marga López y la coronará para siempre con el mirto, el laurel y las rosas blancas que recibió en 2007 en la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali, por esta labor que se apropió como otra diosa del Olimpo.
Video: Taller de Poesía con Marga López: http://youtu.be/b1MmhtLYxVM / http://youtu.be/aHnQ8AggJhI
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