Lunes 20 de octubre, 2008
De: Mario Pachajoa Burbano
Amigos:
Jaime Vejarano Varona presenta al compositor musical payanés Silvio Fernández Valencia quien en 1944 y 1945 estudió música en la Escuela de Música de la Universidad del Cauca y desde los 50 empezó a formar parte de murgas y conjuntos musicales como cantante e intérprete de las maracas. En 1961 se trasladó a Bogotá en donde permaneció hasta ahora que regresa a Popayán.
Cordialmente,
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LA POESÍA EN LAS CANCIONES DE SILVIO FERNÁNDEZ VALENCIA
Foto: Juan C León Castillo
Nuestra niñez y adolescencia, compartidas por razón de la proximidad de nuestros hogares, me dieron la oportunidad de ser su amigo, desde entonces y para siempre.
Con sus hermanos Diego, accidental y tempranamente avecindado en la eternidad y Carlos (el célebre intérprete de “Mantilla Blanca”, el afortunado imitador de Charles Asnavour, o, simplemente Cañagria, como lo distinguíamos sus amigos) integrábamos la barra de traviesos muchachos del barrio San Camilo.
¡Ah! tiempos aquellos que nunca se borrarán de nuestras memorias!
Bien recuerdo que con Silvio teníamos la costumbre de asistir a cine y él salía del teatro silbando con asombrosa fidelidad y retentiva las tonadas que servían como tema o fondo musical de las películas. Desde entonces aprendí a admirar su talento en el dominio de la melodía; y coincidimos todos en aquello de que “Nadie silba como silba Silvio”.
Teníamos en nuestra vecindad a la familia del Maestro Anastasio Bolívar, Director de la Banda del Batallón Junín, cuyos hijos, niños aún, gozaban de gran talento musical. Entre éstos sobresalió Gloria, niña prodigio, pianista y violinista, quien a sus cinco añitos, trepada sobre un alto taburete, llevaba la batuta para dirigir las retretas dominicales bajo el Carbonero del Parque de Caldas.
El Maestro Bolívar contrató a Silvio para que le enseñara a su niño las canciones que él solía cantar y que fuesen apropiadas para su corta edad, pagándole cinco centavos por melodía que su hijo aprendiera.
Estos episodios fueron las primicias de lo que se podía presagiar en el desarrollo del talento musical de Silvio Fernández Valencia.
Alejado de nuestra ciudad y radicado en Bogotá por muchos años, está ahora de regreso entre nosotros para compartir, hasta el final, el ocaso de nuestras existencias. Y volvió cargado de arpegios, pleno de poesías y canciones de su propia inspiración.
Su álbum musical grabado en CD en asocio de otro gran compositor, Fernando Prado Bravo, para celebrar los 180 años de la Universidad del Cauca, es el testimonio sonoro que atestigua la calidad musical de este artista que nos honra y nos causa profunda admiración.
Al escucharlo, revivimos en retrospectiva de sentimientos, esa época en que Popayán nos llenaba el interior de la más auténtica espiritualidad.
No solo es la tonalidad de sus bambucos; es la carga de poesía que contienen sus composiciones. Y a ella es que quiero referirme en el presente escrito.
Uno de sus más conocidos es el bambuco Chancaca, de ritmo juguetón y fiestero, cuya letra es un verdadero poema a ese personaje típico. Se inicia con una expresión impactante “A ras de jeta su flauta, vagando con rumbo incierto, se aprecia una pata zamba, con un cuerpo quijotesco” . ¿Podría pedirse una descripción más gráfica de aquel espécimen humano? Y si no fuese bastante, el resto de la composición describe magistralmente el vagabundeo de ese prototipo del folclor nativo interpretando con maestría su vernáculo instrumento de carrizo.
El canto bambuquero “Popayán” que inicia con su piropo a la ciudad: “Tibia cuna de gente hidalga” remata poéticamente con “Dios quiso que un volcán, fogoso titán sus bardos forjara y que con tierno amor fueras tú el ardor que los inspirara” Esto es -sí o nó- verdadera poesía?
Y qué decir de “Río Cauca”, cuyas estrofas son, en su conjunto, una loa de rítmica cadencia a nuestro afluente tutelar, al que “retozando se le ve, las piedras labrar, mientras forma un lecho de arena para descansar” y que, finalmente, “con su hermano, el río Magdalena, se pierde en el mar”.
Como lo canta en “Deseos”: “Tu linda voz que armoniza con tu preciosa sonrisa cuando se la lleva el aire” es una de las tantas cosas que el autor “quisiera tener en un cofre, para guardar cual tesoro la música de tu nombre y el tono miel de tus ojos”.
Y la evocación de aquellos inolvidables “veraneos” de agosto en la casita familiar, le renuevan los “Recuerdos” de “Una cometa elevada, un corredor con escaños, una vega despejada y un guayacán lleno de años; el rumor de una chorrera, la tranquilidad de un lago, un barranco, una cantera y un guayabal aromado” para concluir diciendo que “La vida es un recuento de sensaciones pasadas; que la pátina del tiempo la removerán mañana quienes vienen recorriendo de sus viejos las pisadas”.
Describir un “Amanecer” como lo logra este aeda cantor, solo es posible cuando se tiene el alma llena de sensaciones sublimes: “cuando esquivos reflejos esparce el rocío que anida los resplandores, se declaran sus secretos las abejas y las flores”.
“Micopuchilandia” ingeniosa contracción de vocablos que describen el ambiente de un rincón de festivas bohemias, le da ocasión para invitar a que: “Rasguen el tiple que ya las guitarras están templadas pa’ Pilar bambucos y moler tonadas y comience la farra con hartas ganas, pero no se duerma que ya están fritando las empanadas”.
Y, de la misma manera, en las letras traviesas y llenas de picardía de “Retratos” y “La Velada” o amorosa de “Por qué no vuelves? ” y otras más de sus hermosas composiciones que engalana con líricas metáforas, nos regala Silvio su elevada inspiración poética, tan descriptiva como sensitiva.
De esta manera concluimos afirmando, sin temor a equivocarnos, que en Silvio Fernández Valencia tenemos a un bardo cantor de equivalente expresión musical y poética, que honra y enriquece el acerbo cultural de nuestra ciudad.
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