Por Leopoldo de Quevedo y Monroy.
Loco-mbiano.
Homenaje al coreógrafo frente al féretro en el Auditorio de la Universidad Libre de Cali.
Samuelito Caicedo Portocarrero no aguantó la partida de La Caderona María del Carmen Alvarado y alistó su ropa para también salir de la escena. Se desvistió en el camerino del atuendo que lo caracterizó, entró en voz baja y sin que nadie lo notara a bailar en el reino de Baco, de las walquirias y de Orfeo. Seguramente allí estará por siglos haciendo corro con ángeles negros y danzando mil currulaos.
Samuel salió un día de su pueblo natal en barco con su hermana Oliva Arboleda Cuero y entraron a la Universidad Libre como a su propia casa. Tendieron el toldo, organizaron el programa, tomaron el tambor y armaron la danza. Toda una vida la pasó Samuel subiendo estas gradas con su humor sus gritos y su risa alborotada.
Era bueno para todo y hasta se graduó de doctor en abogacía. Cuando algo le sonaba y llegaba a sus manos lo emprendía.
Quienes lo conocimos hoy sentimos palpable su ausencia. La amistad era su virtud favorita. Jamás falló en el saludo, el respeto y en invitar a una reunión, un banquete de piangua o un trago de viche. Cuando entraba en acción en el Grupo de danzas del cual era su alma, su cuerpo levitaba y hasta sus dientes bailaban. Todo en él era explosivo y el arte brotaba por sus poros.
Hoy vinimos a esta última reunión a darle el postrer adiós. Lo seguiremos en el barco de los recuerdos hasta su amado Guapi. Nos quedaremos con su garbo, su entusiasmo y los golpes en el estrado con la vara de madera para dar vuelta mientras sigue danzando El pisón.
Aspecto del Homenaje en su honor:
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