
Religión y espiritualidad

Escribo este artículo en domingo. Para compartir con los lectores lo que estos oídos oyeron, contado por una fuente digna de fe, de un hecho ocurrido el sábado al salir de la misa de 5:30 p.m, en la iglesia La Jimena, de Popayán; pero que asimismo tiene validez para la aldea global.
Ese día, las monjas de claustro ocuparon con carpas parte del espacio donde los que van motorizados dejan el auto. Pues bien, cuando se dispusieron a salir se hallaron con un trancón de este tamaño. Un señor, al parecer de escasa pericia en el timón fue el primero en querer salir, ¡ahí fue troya!, por más que se afanaba, no podía alcanzar la calle. Quiso el azar que detrás le siguiera una señora.
El buen señor seguía bregando infructuosamente; entonces la mencionada señora empezó a gritarle indelicados denuestos, y el señor a responderle: «Dios la bendiga», «Dios la bendiga» …; pero la señora no se dejaba bendecir y seguía impenitente en sus agravios. Ante el evidente fracaso, el piadoso señor cerró los ojos y se lanzó hacia afuera, con la consecuencia, más que lógica, de que rayó el carro con el hierro forjado de la reja. La señora, mejor ubicada, salió detrás despidiéndose sonriente de una amiga.
La hostil actitud de la señora es un inmejorable ejemplo de lo que, para algunos, es la religión. Es una persona para quien la sagrada eucaristía parece que solo es el ritual y lo que representa como evento social; es decir, que la señora se queda en la pura exterioridad de la religión. A ella le calzan estas líneas acabadas de leer en una novela de Benito Pérez Galdós: “En este mundo no hay más que egoísmo, ingratitud, y mientras más infamias se ven, más quedan por ver…”.
El buen señor, en cambio, no separa la religión de la espiritualidad. Lo demostró repitiendo, cual piadoso mantra, la católica cortesía: «Dios la bendiga», «Dios la bendiga», a un oído sordo. El cristianismo, y por supuesto la iglesia católica, llaman al amor, a la caridad, a la solidaridad, a la comprensión, a la generosidad, a meterse en la piel del otro. Eso lo sabe el buen señor, quien en aquella aciaga circunstancia parecía tener “la expresión sublime de un apóstol en el momento en que le están martirizando por la fe, …y le descueran aquellos tunantes de gentiles, como si fuera un cabrito”. Leído también en la novela de Pérez Galdós.
Esa circunstancia me hace pensar, que la manida frase de que “los buenos somos más”, es una mentira mayor. Porque es difícil y muy exigente ser bueno, en el sentido de que hay que alcanzar una escala de valores que van, no por el camino de flores sin espinas, sino por una senda de filosas piedras. En esencia, los valores espirituales conllevan desprendimiento, cero egoísmos, saber ponerse en la piel del otro…
En suma, al buen señor, todo lo que se le puede ofrecer de solidaridad. Ya me lo imagino viendo con infinita piedad el rayón de su carro. La Biblioteca de Alejandría, resucitada en Google, propone una explicación donde religiosidad y espiritualidad se fusionan: “El concepto de espiritualidad puede referirse al vínculo entre el ser humano y Dios o una divinidad. La religión suele ser el nexo que permite desarrollar esta relación. Puede decirse que los sacerdotes, los pastores y diversos gurúes, por lo tanto, hablan de espiritualidad cuando tratan asuntos religiosos”. Como se puede advertir en este virtual concepto, los valores fundamentales de la religión y la espiritualidad están implícitos en el corazón de ese buen señor. A la señora, podemos ofrecerle la compasión.
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