Es injusto hacer de Popayán una apología en la señora Paloma Valencia. Ni siquiera con miembros de su familia quienes también pueden avergonzar a quienes vivimos en la ilustre villa de los pubenenses, del cual tiene sangre el mestizo bisabuelo de la controvertida senadora, ahora declarada aria en sabia e ideología, para decir que ella desconoce la ciudad.
Y en realidad Popayán es otra cosa. He podido comprobarlo en los veinticinco años que llevo de residencia en esta urbe apacible, de valía universitaria y cultural, donde la literatura, la poesía, ha marcado norte en la creación nacional, se destaca la pintura y la escultura, la música y la danza. Ésta es la ciudad que me ha acogido. No la de derecho de pernada que representaba el bisabuelo de la negada dama, de depredación por su afición a la cacería que constituía su abuelo, quien con el mismo instinto inició una guerra contra indefensos campesinos e indígenas que aún no culmina, de avaros terratenientes que constituyen una pírrica minoría.
La Popayán que me ha acogido es la del maestro Rafael Maya, la del escultor Cesar Negret; la de cientos y cientos de médicos científicos que con ilustres profesionales de otras áreas han egresado de las universidades caucanas; la de escritores como Juan Esteban Constaín, Marco Antonio Valencia; la de como poetas Giovanni Quessep, Felipe García, Gloria Cepeda, Hilda Inés Pardo; la de cientos y cientos de deportistas que dan gloria al deporte nacional; la de naturales que defienden el patrimonio local, su Semana Santa, sus tradiciones, su gastronomía, sus monumentos; la de hombres y mujeres provenientes de otras latitudes que dedican esfuerzo por construir empresa, invierten en negocios, hacen periodismo, crean organizaciones de servicios, de transporte, de ciencia, de tecnología.
Muchos llegamos a esta ciudad por conveniencia, otros por sus atractivos, varios por circunstancias particulares para conformar la nueva Popayán de cultura múltiple, para hacerla agradable, para que todos tengan oportunidad. Nadie piensa que son isla aparte, que la deben fraccionar, que su sangre tiñe de azul su devenir, aquí la sangre es roja aunque la piel sea negra, mestiza, india, blanca. Al contrario nos unen propósitos de una ciudad pujante, atractiva, de valores intrínsecos que se extiende sobre un valle acogedor y hermoso mecido por la brisa del Cauca que vertiginoso desciende para darle prosperidad y cobijo a todo aquel que quiera venir a su suelo.
Esa es la Popayán que conozco. A ella está unido el Cauca con muchas dificultades, pero también con muchos atractivos y potencialidades, con tantas ambigüedades por resolver, en discusión histórica que las inteligencias de su gente ha de conciliar, sin acudir a la fascista idea de dividir su suelo según razas que lo diferencian, otro atractivo millonario para construir un suelo de paz, porque quienes piensan lo contrario son los mismos que no les duele el dolor de cientos y cientos de víctimas resultantes de tantas injusticias que aquí se han asentado, de las cuales la señora Paloma y su familia han sido claros protagonistas, a pesar del desagravio que su tío Álvaro Pío Valencia hizo al devolver las tierras de su herencia a los dueños naturales, los indígenas del Cauca, usurpadas por el bisabuelo de la señora Paloma Valencia, quien si investigara un poco su árbol genealógico, sentiría vergüenza.
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