Hace poco tiempo fui a almorzar a la plaza de mercado del barrio Bolívar, en Popayán, y me encontré repentinamente manteniendo una charla sorprendente con el hijo de la dueña de uno de los comederos estilo ‘mesa larga’. De aspecto muy piloso, de carácter vivaz y seguro, me contó en pocos minutos su vida. Caído en el alcohol y la droga, su vida se deslizaba rápidamente hacia lo más profundo del sumidero del mundo. Como resbalando sin lograr asirse de nada seguro, cayó y cayó, hasta que una mano firme de un pastor protestante lo sostuvo y lo sacó a la superficie.
Los hermanos evangélicos lo recogieron como parte de sus programas de rescate de jóvenes en dificultades. Y a partir de allí su vida cambió de un modo sorprendente. Les puedo asegurar que éste joven, por lo que siente y habla, se transformó en un verdadero evangelizador, como si fuera un San Pablo, o un Don Bosco.
El anda por los barrios de la capital caucana rescatando jóvenes de las garras del mal, de la vagancia, abriendo corazones con la pasión con la que habla del Señor y el amor con el que predica. Durante la breve pero intensa conversación, no perdió un minuto en contarme las diversas actividades y programas que tiene su comunidad para ayudarse y ayudar a otros. ¡Un verdadero torbellino de trabajo! Y todo apoyado absolutamente en el conocimiento de los Evangelios, basando las frases importantes con referencias evangélicas.
Salí de la plaza de mercado con una mezcla de sensaciones. Por una parte, feliz de ver que donde menos se espera, hay gente que lucha por el amor de Dios. Pero también triste, ver que éste joven trabajador se está perdiendo nada más ni nada menos que
En el fondo, lo que sentí es que lo perdimos nosotros… ¿Cómo explicárselo, si él se siente tan bien donde está, trabajando activamente por Jesús como un soldado comprometido de corazón? Tampoco sentí que yo tuviera mucho derecho de criticar lo que él estaba haciendo, ni me pareció que hubiera sido pertinente hacerlo, de tal modo que me limité a tratar de compartir con él mi amor por el mismo Jesús, pero también por su Madre.
Este joven muchacho me dio una lección de amor que resulta difícil de reflejar con palabras, un amor comprometido, activo y sincero. Y cada vez que sé de él, escucho más y más sobre su trabajo en las calles rescatando jóvenes de las garras del opresor. ¿Acaso no es así como trabajaba San Juan Bosco, y San Francisco, y el mismo San Pablo y tantos otros grandes evangelizadores? Sí, ésta es la forma que ha utilizado nuestra Iglesia durante siglos, en los primeros años particularmente.
Pero cada vez que surgió una renovación o una nueva orden, lo hizo a través de este método de evangelización, de salir a las calles a buscar a la gente, a difundir sin vergüenza alguna el amor a Cristo. Recordemos lo que el Señor le pidió a Francisco: reconstruye mi Iglesia. En aquel siglo algo necesitaba ser reconstruido, y Dios lo hizo pidiendo una activa evangelización fundada en la humildad y la sencillez, en el volver a los caminos a buscar a la gente. Muchos santos tuvieron la misma inspiración y obraron de ese modo.
Yo me pregunto con gran tristeza: ¿qué nos pasa a los católicos en estos tiempos? Tenemos el más grande de los tesoros,
Creo que tenemos que mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que nos hemos adormecido, aburguesado, acostumbrado eclesialmente a los tesoros que Jesús nos legó, los Sacramentos. Y mientras tanto muchas almas se pierden este banquete, en el lugar equivocado, pero también otros hacen lo que nosotros no hacemos, tomando nuestro lugar. Volvamos a las plazas, casa por casa, calle por calle, a buscar a la gente donde la gente está. No seamos cristianos de Misa dominical y nada más, sepamos reconocer en nosotros a ese San Pablo que todos debemos llevar dentro. ¡Seamos dignos integrantes de
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