
Ojo con la juventud y la educación.
Mientras almorzaba en un restaurante, en el noticiero que pasaban en el televisor que tenía al frente, un experto señalaba con preocupación, la escalofriante cifra de más de 700.000 jóvenes, que entre la cuarentena obligatoria del 2020 y el convulsionado 2021, desertaron de los centros educativos del país.
El predominio de una visión pesimista del futuro en una humanidad hiperconectada se ha difundido entre jóvenes urbanos, pero también del campo.
La visión apocalíptica de la posible muerte de sus padres y de ellos por el coronavirus u otros microorganismos parecidos; el calentamiento global; la guerra nuclear; la violencia institucionalizada; la inseguridad cotidiana; la perdida de contacto con sus compañeros y maestros durante la cuarentena; los programas de estudio descontextualizados para su entorno y necesidades reales; las pocas perspectivas laborales, entre otros; son factores que influyen en el auge de depresiones, ansiedad y otros trastornos mentales que no son tratados adecuadamente en familias, centros educativos con la alimentación escolar rapiñada por mafias politiqueras y clínicas donde los “empepan” temporalmente (y vuelven adictos) para paliar crisis.
La ausencia de perspectivas entre los jóvenes, como respuesta extrema desencadena la adopción de comportamientos hedonistas de muchos alentados por el afán de divertirse en medio del alcohol, sexo desenfrenado, la marihuana, cocaína y el auge de las drogas de diseño -cortadas con toda clase de venenos para sacarles más ganancias-, sin medir los efectos nefastos en el futuro de sus vidas.
“¡A gozar que el mundo se va a acabar!”, parece ser la consigna en boga.
En barrios deprimidos de las ciudades donde los jóvenes no avizoran un futuro promisorio, las galladas reemplazan a los colegios, y los jóvenes son centro de disputa por carteles que los reclutan para reafirmar su dominio de territorios y del micro-tráfico, extorsión a negocios, guerras entre pandillas, prostitución, tráfico de personas, el gota a gota y demás negocios delictivos de los que se han apoderado.
Una gran mayoría de adolescentes desertores de sus familias y colegios, sobre todo en el campo, se fueron a la fuerza o convencidos por los diversos grupos armados, tal como coincidieron en comentarlo, el obispo de la Arquidiócesis de Popayán, Omar Sánchez Cubillos y otros de los expositores que participaron en el 2º Foro “Cultivos de uso Ilícito & Narcotráfico: Desafíos para la paz”, celebrado el 1 y 2 de junio en Popayán. En sus años de vicario en El Catatumbo conoció la tragedia de una maestra de escuela y un catequista cuyos hijos fueron a la guerrilla y de una niña de 13 años que de tanto ver armas terminaron gustándole.
Con la reocupación armada de los campos desatada por grupos de distintas marcas, ideologías e intereses, después que los gobiernos de Santos y Duque no llevaron el Estado a los territorios que desocuparon los frentes desmovilizados de las FARC, en el sólo Cauca, más de 160 adolescentes indígenas han sido reclutados por las Disidencias y otros grupos y muchos han resultado muertos en combate.
Lo peor es que el fenómeno se intensificó cuando el actual gobierno, el 31 de diciembre de 2022, anunció el cese de hostilidades que sólo cumplieron las Fuerzas Armadas y la Policía, a la par que el ELN y las diversas cuadrillas de las Disidencias se enfrascaron en prolongados combates por apoderarse de áreas que por un tiempo estuvieron libres de grupos armados dominando el territorio.
Así pasó en resguardos de indígenas y pequeños y medianos predios de campesinos ubicados en Jambaló, Caldono, Silvia y Tierradentro, donde los bandos se han trenzado en feroces combates con la población en medio, sin olvidar qué en Balboa, Argelia y la costa pacífica está el matadero de los jóvenes que reclutan, según expresó un obispo, y también se pelean cultivos, laboratorios y rutas para sacar la cocaína.
Además de las limitaciones que tratan de llenar las reformas a la Salud, Laboral y Pensiones, está en juego el futuro de la juventud y de un sistema educativo y cultural que no los beneficia ni prepara para sacar adelante una sociedad tan desequilibrada como la contemporánea y más en Locombia, donde deambula tantos mendigos y zombis drogados y sin esperanzas sueltos -bien y mal vestidos-.
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