Pertenezco a una generación del siglo pasado, que no nació con un «ratón» bajo el brazo, que tuvo infancia, tenía vida para derrochar a raudales entre mangos, pomas y guayabales, que no le faltaban a cada momento «Minutos» de celular, que si bien es cierto, ha aprendido a utilizar el Internet y la tecnología, aún ama los libros, la conversación entre amigos, unos buenos tragos y entre una película, prefiere leerse el libro que fue llevado al cine y que lo volvieron mierda entre bombos y platillos.
Hago parte de una generación que tuvo mangas, matorrales, que tomaba agua de las fuentes naturales, no había que esterilizarla y que se bañaba en las quebradas, no tomábamos bebidas energizantes, éramos energía pura.
Pertenezco a una generación de feos y bonitos, que nunca tuvo problemas con su cara, ni con su sonrisa ni con su mordida, que no pagó costosos tratamientos, que no se ha cambiado la nariz, los ojos, la papada, ni siquiera el pelo, menos el culo, que se acepta con su fealdad sin complejos de Edipo o de Yocasta.
Pertenezco a una generación que no necesitó de sicólogos, ni terapeutas de toda clase, todos éramos hiperactivos, pero no nos recetaban ritalina, que no tuvo nada en la infancia fuera de un cielo azul, inmensas mangas verdes, una bicicleta de segunda y libros para leer y para viajar con el pensamiento, una generación que no fue adicta al teléfono celular, no tenía minutos, pero tampoco le faltaban a todo momento el amor de sus padres, vivía en un mundo real que lo volvía mágico con la imaginación y no en un mundo irreal de banda ancha, una generación que hablaba con sus amigos, no se conocía el verbo chatiar sino «botar corriente».
Tampoco necesitamos de sicoanalista ni para-sicólogos, aceptábamos los retos de la vida como venían y así salíamos de problemas nosotros mismos, sin culpar a los padres, o a Edipo.
Estudiábamos, bebíamos, enamorábamos, dando la cara no mintiendo por Internet, buscamos nuestras mujeres en la vida real ¡y que bellas eran! no necesitamos del anonimato de la red, para fingir ser hermosos o ricos, éramos auténticos, quizás por esto conquistamos mujeres auténtica y no anoréxicas modelitos, buenas para hacer el amor, pero malas y peligrosas para el alma.
Viajábamos sin un peso en los bolsillos, colocando la manos a los carros para que nos arrastraran por rutas inciertas en un mundo ancho, así conocimos el país, no supimos de viajes post-pago o mujeres pre-pagos, nosotros las llamábamos putas y así como la universidad ostentaba orgullosa el título de «Alma mater de la raza», el barrio de las putas que quedaba en los linderos de la ciudad universitaria, lo bautizamos acertadamente como «El alma meter de la raza».
No tuvimos cinturones de seguridad en los asientos, montábamos en bicicleta sin cascos, jugábamos futbol sin canilleras, a veces sin portería, no conocimos las canchas sintéticas, sino polvorientos y arenosas gramillas, comíamos dulces a lo loco, sin preocuparnos del azúcar, no discriminábamos a los gordos y las gorditas, menos a los negros y negras, de todos éramos amigos.
No tuvimos como nuestros hijos play-station, nintendos, x-boxes, juegos de vídeo, dolby surround, celulares con cámara de alta definición, cámaras web para hablar con los amigos, simplemente no encontramos en la esquina y salíamos a conquistar el mundo.
Tampoco tragábamos entero, fuimos locos atravesados, en contravía a las normas y al Estado, revolucionarios idealistas, en las universidades, cambiábamos balas por piedra, por nuestras ideas conocimos la cárcel y la brutalidad de nuestras democracias.
¡Si señor fuimos incendiarios!
Hoy con hijos jóvenes y adolescentes, viéndolos crecer con los nuevos peligros que trae el mundo globalizado, nos hemos convertido en unos buenos bomberos, para apagar el incendio que heredaron de nosotros.
William H Ramírez P
2008
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