
Los dos últimos años en el frente de batalla han pasado de manera vertiginosa: ciudades incendiadas, poblaciones saqueadas, museos de la humanidad desvalijados, poblaciones destruidas y visitas sorpresivas del Presidente Busch alentándonos a luchar por la libertad y la democracia en el mundo copan mi pensamiento.
Sorpresivamente, cuando me alisto en la mañana para salir a la carnicería humana y me pongo el uniforme de la muerte, veo la televisión y me impacta el discurso del Presidente Obama. Enorme la diferencia con el discurso del Presidente Busch y presumo que está pronto mi regreso, aunque no entienda nada, todavía, sobre las fronteras ideológicas que los separan.
Como una ráfaga emocional escucho las palabras del Presidente: “Comenzaremos dejando a Irak en manos de su pueblo”. “Cerraremos Guantánamo”. Sorpresivamente todos los soldados nos miramos mientras desayunábamos en el comedor e intentamos aplaudir, sin embargo, la disciplina militar puede más y nos impide mostrar la humanidad que reposa debajo de nuestros uniformes.
Y sin salir del asombro sigo escuchando: “Lo que no entienden los cínicos es que el terreno que pisan ha cambiado y que los argumentos políticos estériles que nos han consumido durante demasiado tiempo ya no sirven”. “Rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales”. “…una nación no puede ser próspera cuando sólo favorece a los más ricos”.
Se derrumba en mi pensamiento el discurso de la guerra y cuando aún me quedan dudas sobre si son o no los árabes nuestros enemigos satánicos y sus mezquitas centros del terrorismo universal, me desarma esta frase: “Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes y de no creyentes. Estamos integrados con todos los idiomas y culturas, llegados de cada rincón de esta Tierra”.
En mis oídos vestigios del discurso fundamentalista del Comandante Busch ante las tropas en el Año Nuevo. Me impacta aún más del mensaje presidencial: “Sabed que vuestros pueblos os juzgarán por lo que podéis construir, no por lo que destruyáis”.
Ahora sólo pienso que me falta un año para abandonar a Irak. Aquí aprendí a matar en nombre de una tramposa guerra “justa, noble y necesaria”. Nunca encontramos armas de destrucción masiva. Sé que para regresar a casa debo cuidarme. Voy siempre en primera línea y puedo perder la vida en una milésima de segundo. No quiero ser el héroe cinco mil.
La guerra ha hecho que me mueva por instintos salvajes, no hay conciencia lúcida que gobierne mi cuerpo, en tanto que mi mente, que se mueve como artillería pesada, se pone más liviana y comienza a repensar el discurso del Presidente Obama. Un mundo sin guerras es posible.
jorgemunoz@canada.com
Caracas DF, Enero de 2.009
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