Mauricio Bravo tiene 57 años de vida. La tercera parte de ese tiempo ha integrado el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Popayán. Es uno de los más prestigiosos maquinistas de la institución. Pasó por todos los retos y hazañas. Hoy, que se aproxima a su jubilación, recuerda la más grande de todas: el terremoto del 83.
Por: Fabrit Cruz / cruzimania@gmail.com / www.proclamadelcauca.com / A las 8:15 de la mañana de jueves Santo de 1983, la capital del Cauca sufrió el rigor de la naturaleza y la furia del destino. Un terremoto de 5,5 en la escala de Richter puso a temblar hasta la fe de los más incrédulos y en 18 segundos, destruyó gran parte de la ciudad y dividió su historia en dos.
Sacar los cuerpos del Hotel “Limber” (edificación de dos pisos) frente a Santo Domingo era impactante para el experimentado bombero Mauricio Bravo. Grandes planchas de adobe cayeron sobre las personas. Varias quedaron con la mandíbula destrozada, el tórax totalmente comprimido y el rostro achatado. Las víctimas eran como un “muñeco de trapo”, recuerda: frágiles, con fracturas sobre las fracturas. Una imagen que aún no olvida.

Así quedó la cúpula de la Basílica Nuestra Señora de la Asunción / Fotografía suministrada.
La cúpula de la Basílica Nuestra Señora de la Asunción de Popayán cayó sobre los 90 feligreses que a esa hora estaba en misa, dejando un roto en lo alto y debajo de esta, solo muerte. Hubo cuerpos que quedaron al lado del órgano o piano. Era una edificación sin hierro, pegada con arena, arcilla, sal y sangre de toro; una mezcla denominada ‘calicanto’. Los bomberos no utilizaron picas a la hora del rescate; el ruido provocaba deslizamiento de algunas paredes que se resistían a caer. Mauricio aún se pregunta cómo se sostenía la inmensa cúpula.

Mauricio al lado de una de las Máquinas extintoras que maniobró y la cual carga 700 galones de agua / Fotografía Fabrit Cruz
Mauricio Bravo es integrante del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Popayán. Un flamante maquinista de 57 años de edad, obsesionado con ayudar a los demás y un enamorado de todo lo que tenga que ver con automóviles. Casado y padre de tres hijos, quien ingresó al cuerpo bomberil en 1974 y en la actualidad, cuando la pensión toca a su puerta, reconoce que no quiere irse.

Calle quinta, al fondo la Iglesia de La Ermita / Fotografía suministrada.
Aquel jueves que la tierra rugió con fuerza, Mauricio caminaba por la calle tercera, frente a la Iglesia de La Ermita. Iba de afán para donde su jefe. Faltaban solo dos cuadras para llegar cuando sintió que el piso se movió. Al levantar la mirada, las tejas de barro, amarradas con bejuco a las viejas construcciones del sector histórico, saltaban como pulgas. Quiso regresarse pero los postes de energía de la cuadra se fueron abajo y quedó atrapado. Como pudo se salió y llegó al trabajo. Vio afuera el carro Daihatsu modelo 82, en el que se ganaba la vida como conductor personal. Lo pidió prestado y subió hasta la Iglesia de Belén. Allí observó toda la ciudad. Una nube de polvo emergía del sector histórico. Era un panorama confuso y desolador.
Al bajar llegó hasta la casa de su esposa Gloria Estela Castrillón, en el barrio El Cadillal, forzando el vehículo, entre los escombros. Dos mil quinientas viviendas quedaron completamente destruidas y siete mil más averiadas. Se afectó las redes de energía y las comunicaciones. En su recorrido Mauricio observó la fachada de la Iglesia de San Francisco destruida, el Monasterio, la Alcaldía Municipal y las viviendas de la carrera once, seriamente afectadas. Cuando llegó a su hogar, la tapa de la nevera había volado unos cuantos metros. Las piezas de ladrillo estaban en el suelo y en pie, solo la sala que tenía paredes de barro.
Ya en las instalaciones donde hoy está el Cuerpo de Bomberos, los voluntarios presentes se repartieron las zonas a atender. Los edificios ubicados en el barrio Modelo (uno de los primeros sectores en ser atendido) quedaron completamente inclinados. Mauricio afirma que las personas se deslizaban como por un tobogán y resalta, que a unos kilómetros de allí, en el Cementerio Central, las bóvedas se abrieron y los muertos quedaron por fuera, esparcidos por todos lados.
‘Mucha agua debajo del puente’ ha pasado para él desde entonces. Son más de 30 años de servicio y Mauricio siente que a pesar de todas las capacitaciones recibidas, incluso por Bomberos de Reino Unido y Estados Unidos, nunca un voluntario del Cuerpo de Bomberos estará preparado para afrontar una emergencia como la vivida en el 83. Cree que siempre será necesario seguirse entrenando para salvar vidas, ayudar a quien lo necesite y en su caso, estará dispuesto hacerlo hasta que sus fuerzas lo permitan o hasta que Dios quiera…
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