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“La rabia incontrolable de la especie humana”
Por María Eugenia Sierra
Periodista y escritora.
El Papa Gregorio IX persiguió gatos a baculazos en plena época en que el tribunal de la inquisición y todos sus secuaces, quemaban vivos a los que pensaban distinto a la ortodoxia religiosa de la Edad Media. Porque no sólo chamuscaron brujas con todo y escoba en los “fuegos eclesiásticos” creados en Inglaterra, Alemania, Francia y Escocia para “purificar” el ambiente. Millones de gatos de todas las pelambres ardieron frente a los ojos complacientes de representantes de la iglesia y de los reyes por orden, precisamente, del Papa Gregorio a quien en un momento de estupidez espiritual, se le ocurrió acusar a los felinos de un verdadero “concierto para delinquir”.
Ni siquiera la serpiente con todo y lo fea que es, responsable de que ya no vivamos en el paraíso, por alebrestada, recibió tanto repudio de la iglesia como el que cayó sobre el lomo de los gatos durante varios siglos. Y aquí va el prontuario: La iglesia con Papa y todo, acusó a los gatos, preferiblemente negros, de tener más huesos que los humanos, de convertirse en hechiceros al cumplir nueve años, de tener forma de demonio, de ver en la oscuridad, de habitar los cementerios, de sus aventuras nocturnas, de su independencia, de percibir desastres naturales y de caer de pie y vivos… por eso los arrojaron desde las cúpulas de los templos, para probar que eran seres de otro mundo.
Entonces, el gato tuvo que purgar sus «crímenes» contra la otra especie… la verdaderamente animal… la más irracional… la especie humana, que inventó el “tiro al gato” en las ferias de los pueblos y una espeluznante ceremonia llamada “la cena del diablo” en la que durante cuatro días, el plato era “gato asado”; animalitos vivos atravesados con un palo y exhibidos en una barbacoa pública, antesala de la fiesta de “todos los santos”.
Al maestro Germán Arciniegas, autor del libro “Los Gatos de Don Germán” lo habrían quemado vivo por hereje. “Tengo en mi casa una estatua de terciopelo negro, con ojos verdes de fósforo. A veces se pone en cuatro patas y sacude la pereza. Se mueve. Por eso se llama Pantera. Entonces, lo mismo por la alfombra que por el prado verde, camina a la manera felina. Es un pequeño tigre, que a cada paso da al aire un zarpazo calculado para el asalto de una mosca.”
Pero la tierra tiene dientes y roto su equilibrio natural, muerde y se defiende.
Sin gatos, la ratas proliferaron en las ciudades, entraron a las casas, contaminaron los alimentos y contagiaron a los humanos de la peste negra que mató a la tercera parte de la población en el mundo. Muy tarde llegó el decreto del Rey Luis XIV que prohibió las hogueras por consejo del cardenal Richelieu, amante de los gatos. Veinticinco millones de personas murieron por la devastadora pandemia trasmitida por las pulgas de los roedores.
Hoy en el siglo XXI, todavía persiste el espíritu oscurantista y supersticioso de los inquisidores de la Edad Medía en muchas personas que se empeñan en culpar a los gatos de sus desgracias, cuando la única rabia incontrolable… la más peligrosa… la más devastadora y la más cruel, es la rabia de la especie humana.
MARIA EUGENIA SIERRA
www.presentadoresdenoticias.blogspot.com
Por María Eugenia Sierra
Periodista y escritora.
Ni siquiera la serpiente con todo y lo fea que es, responsable de que ya no vivamos en el paraíso, por alebrestada, recibió tanto repudio de la iglesia como el que cayó sobre el lomo de los gatos durante varios siglos. Y aquí va el prontuario: La iglesia con Papa y todo, acusó a los gatos, preferiblemente negros, de tener más huesos que los humanos, de convertirse en hechiceros al cumplir nueve años, de tener forma de demonio, de ver en la oscuridad, de habitar los cementerios, de sus aventuras nocturnas, de su independencia, de percibir desastres naturales y de caer de pie y vivos… por eso los arrojaron desde las cúpulas de los templos, para probar que eran seres de otro mundo.
Entonces, el gato tuvo que purgar sus «crímenes» contra la otra especie… la verdaderamente animal… la más irracional… la especie humana, que inventó el “tiro al gato” en las ferias de los pueblos y una espeluznante ceremonia llamada “la cena del diablo” en la que durante cuatro días, el plato era “gato asado”; animalitos vivos atravesados con un palo y exhibidos en una barbacoa pública, antesala de la fiesta de “todos los santos”.
Al maestro Germán Arciniegas, autor del libro “Los Gatos de Don Germán” lo habrían quemado vivo por hereje. “Tengo en mi casa una estatua de terciopelo negro, con ojos verdes de fósforo. A veces se pone en cuatro patas y sacude la pereza. Se mueve. Por eso se llama Pantera. Entonces, lo mismo por la alfombra que por el prado verde, camina a la manera felina. Es un pequeño tigre, que a cada paso da al aire un zarpazo calculado para el asalto de una mosca.”
Pero la tierra tiene dientes y roto su equilibrio natural, muerde y se defiende.
Sin gatos, la ratas proliferaron en las ciudades, entraron a las casas, contaminaron los alimentos y contagiaron a los humanos de la peste negra que mató a la tercera parte de la población en el mundo. Muy tarde llegó el decreto del Rey Luis XIV que prohibió las hogueras por consejo del cardenal Richelieu, amante de los gatos. Veinticinco millones de personas murieron por la devastadora pandemia trasmitida por las pulgas de los roedores.
Hoy en el siglo XXI, todavía persiste el espíritu oscurantista y supersticioso de los inquisidores de la Edad Medía en muchas personas que se empeñan en culpar a los gatos de sus desgracias, cuando la única rabia incontrolable… la más peligrosa… la más devastadora y la más cruel, es la rabia de la especie humana.
MARIA EUGENIA SIERRA
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