
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy / Loco-mbiano

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El viento de la noche gira en el cielo y canta…
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido…
Pablo Neruda. Fragmento Poema 20
Murió don Pedro Calderón y nos dejó su Barca para que soñáramos al rumor del batir de sus aspas en el agua. Nos tapó la cara con la manta y nos dejó dormidos. Los ojos escondidos se reían. Cuando uno sueña se va para otro mundo más placentero que el de cerrar los ojos a lo que a diario vemos.
Fabulamos sin esfuerzo, sin buscar la rima y sin levantar la piedra para pillar debajo una joya o una metáfora. En los sueños el mortal encuentra un sucedáneo para soportar los dolores, las frustraciones y mentiras.
Sin forzar la mente ni exprimir la fantasía van llegando ríos, nubes, vapores, caminos largos que no tienen horizontes. Aparecen oasis en paisajes con la arena que impide el paso, como en un desierto. Surgen cavernas iluminadas sin que un ladrón con turbante amenace con su daga traspasar el corazón o la garganta.
Alicia pudo viajar allá por un hueco. Fue bajando poco a poco, como se hunde uno en el agua cuando se lanza a una piscina. Las lianas lo acarician, los peces, al lado, pasan y nos miran como compañeros de toda la vida, sin asombro. El agua cubre el cuerpo y el que sueña respira mejor que con branquias. No se necesitan escafandras ni anteojos. Esa agua no enrojece. Y el que sueña nunca aprendió a nadar ni requiere ayuda del hada de las aguas.
Alicia fue abriendo caminos con otros ojos. No fue un juglar ni un policía de turismo quien le presentó al gato para que le dijera por cuál de las entradas podía seguir su sueño vital. Porque el humano aprendió a soñar, allá, bajo el epitelio materno en medio de aguas tranquilas. Paseó sin prisa por esas cavidades y a lo largo de su vida lo recreará en sus sueños y ansiedades.
Para soñar no hay libretos, entonces, ni sicólogos que los interpreten en una banca del parque y al chasquear de dos dedos. Soñar es un pasatiempo propio del ser humano mientras duerme o cuando el cuerpo lo solicita y sin teléfono. Porque también se puede soñar despierto. Lo hacen con facilidad los niños cuando fabrican cometas o cuando ven que Superman vuela. Ellos no conocen el contra de la criptonita cuando entran a un salón de cumpleaños o tienen puesto su disfraz o el abuelo los anima con un cuento.
Los soñadores vuelan lejos. Son capaces de diseñar prototipos, de hacer travesías por los cinco continentes, han ideado aeroplanos, drones y hasta han urdido atracos a bancos o robos en museos. O, como el niño Ícaro se pueden lanzar desde una cima para conquistar el sol y los abismos.
Qué fuera del mundo sin los sueños. No habría poetas, ni novelas y se moriría de hambre la Oficina de patentes. No tendríamos la Odisea ni la Ilíada, ni la poesía de Neruda, García Lorca o Virgilio o la música de Beethoven o el mundo del Quijote ni tendría vida propia Macondo, aquí, en Aracataca o en la Casa de Nari o en La Habana.
25-05-16 11:33 a.m.
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