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Los palabristas

El lunes 8 abril, 2019 a las 8:14 am
Imagen cortesía de: https://bit.ly/2CYFb27

Los palabristas

Por Leopoldo de Quevedo y Monroy

A la maga Marga López Díaz

Acabo de encontrar en mi celular el nombre de la revista de Mónica Caruso «Los palabristas de hoy y de siempre» sobre la periodista argentina María Isidora Ignacia Aguirre Tupper. Me sedujo hallar una nueva palabra: «palabrista«. Qué sonido, propiedad y novedad encontrar como una joya un apelativo para llamar al periodista, al escritor, al lector.

Me sentí incluido y me emocioné ser un palabrista: un  amante y cultor de las palabras. Alguien cercano a mis amistades – Octavio Victoria – decía que eran las «casas de las cosas». Entonces, quienes andamos entre palabras seremos «palabristas». Y me gusta serlo porque yo rindo culto cada rato a las palabras. Heredé de mi padre el respeto a ellas y me precio de la buena ortografía que poseo y busco en el diccionario o en Google cuando dudo.

Palabristas son los periodistas, los profesores de lengua castellana, los académicos de la Lengua, los escritores, los profesores de aquí y allá y los oradores, como Cicerón, que cuidan y utilizan con orgullo y fruición el lenguaje. Parece como si las palabras gozaran también cuando pasan por la mano y la boca de estos palabreros.

El amor por las palabras parece inocularse en el individuo con la leche materna. El uso correcto, educado, respetuoso de las palabras empieza en esa interior escuela que es el hogar. Si la madre, el padre, la familia pronuncia y aplica correctamente las palabras, los hijos crecen con ese don más preciado que cualquier regalo o premio. Ser bien hablado es una cualidad que se nota de inmediato y que realza la estima ante quien lo trata. Y, lo contrario: quien usa mal la lengua dará ocasión a que sea tenido como gañán, grosero, basto, ordinario.

No tengo en la casa joyas, ni adornos costosos, solo dos cuadros colgados en el comedor y en la sala. Entonces, procuro balancear mi caudal de cosas valiosas usando bien el idioma cuando escribo. Mis lectores – que guardo en un precioso listado – nunca encontrarán una palabra chata, sangrante o mal escrita. He procurado ser lo más aséptico en el uso del idioma. Si mi padre se levantara de su tumba un día y leyera las palabras que uso, se sonreiría y me felicitaría. Todo mi cuidado en el uso del idioma a él se lo debo.

Como ven y leen hoy mis lectores encuentran una palabra nueva en el léxico que acostumbro. Y la destaco porque es sonora, de buena familia y se refiere a este oficio al que dedico horas en la lectura, redacción y escritura de estos textos que produzco. Oficio que me enorgullece y copa mi tiempo.

Como «palabrista» celebro haber encontrado esta palabra más preciosa que un diamante o un rubí o una esmeralda. Y es más preciosa entre más la use uno, entre más goce con ella y no pesa en el bolsillo. Ni hay riesgo de que se pierda. Primero se pierde el que la escribe.

07-04-19 – 7:25 p.m.

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