
Los Cristotraficantes

Dios espera en donde están las raíces
Hoy, los profetas, los pastores, los elegidos, los ungidos, y uno que otro iluminado se empeñan en volver idólatras a los seguidores de Cristo; pareciera que dejaron de lado las enseñanzas de Jesús y se han dedicado a traficar con su mensaje salvífico.
Pareciera que el oro y el poder los convirtió en protectores de malos y perjuros, en timadores de la caridad, en guardianes de corrompidos, en ladrones de la pureza y castidad, y en fieros detractores de la misericordia y la caridad. Se sienten Reyes y Dioses. Dueños absolutos de la verdad y del camino que nos lleva al cielo. En sus discursos salvíficos se autoproclaman herederos de la justicia y juzgan severamente a los rebeldes, exigen obediencia, y a pecadores diezmos, a cambio de salvación eterna. Son verdaderos traficantes.
Ellos y ellas, olvidan que hoy, el hombre de Galilea no va ante el Emisario del Cesar, ni le reprocha a los escribas, sanedrines y fariseos, sino que desciende para ayudar al pueblo y corregir su sumisión; añora acercarse a los sacerdotes y pastores para reprenderlos; se presenta ante los ricos para recriminarlos y hacerles caer en cuenta que el dinero no es sinónimo de infierno ni la pobreza de cielo. Pero ignoran las consideraciones y se mofan de la actitud de Cristo. No les satisface un líder así, por tal razón desde hace décadas decidieron traficar con su nombre, mensaje y frases. Ha sido más útil esta estrategia. El hijo del carpintero, le incomoda la actitud y el actuar de sus pastores, y al igual que en Jerusalén, hoy se siente abandonado a pesar de los millones de seguidores.
¡Maestro! Dígnate volver a la plaza pública para anunciar a los pobres la consolación; a los afligidos la recompensa; a los enfermos la salud; a la muchedumbre esclava la liberación; al pueblo humillado el advenimiento del verdadero Dios. Y, como en hace milenios, derribar los altares de los Cristotraficantes. Ellos se han adueñado de todo, y venden al mejor postor la salvación y la gracia.
En las iglesias, las pequeñas cosas que enseñaba Jesús han transformado y sus pastores parece que han cambiado, su vocación parece olvidada. Hoy, se han dedicado al lujo y los placeres del mundo. Se dejan ver en autos lujosos, con ropa de marca, con relojes de alta definición, con suficiente dinero para lanzar desde los balcones; con hijos e hijas fruto de sus correrías nocturnas; han robado la inocencia de cientos de miles de niños y niñas y sin temor de la santa amonestación; han dejado la carne trémula a merced del tiempo y de los carroñeros. Parece que no importa el mensaje salvífico. Es más útil traficarlo. Los traficantes han olvidado que, en los antejardines de las casitas blancas y edificios multicolores, en las atiborradas plazuelas de ciudades y pueblos y veredas, en las arenas de lagos, playas y ríos, el eco de su voz se pierde entre el ruido, el sexo, la música y el licor. En esta Semana Santa te invoco Jesús, vuelve a ser ese vociferante que se atreve a visitar todos los rincones del orbe, y a ellos, no olvides castigarlos.
Jesús está alterado, muchos no lo escuchan a pesar del poder de su voz. Las palabras no son nuevas, pero quieren convencer al hombre de hacer el bien y vivir por, con y en amor. El calor de su voz y el bien que hace le surge del corazón y transforma los corazones. Aquel acento, aquellas palabras, aquel ejemplo provoca, inspira, transforma, guía. Es la voz que clama en el desierto para darle un nuevo sentido a la vida en comunidad. Es la zarza ardiendo que quema la mano del cristotraficante.
Acaba la Semana Santa, los tiempos son caóticos y parecen no tener fin. Mientras el mundo se congrega en torno del fusil y la guerra, el sexo y la moda, el socialismo y el capitalismo, se dejan tentar por los traficantes y han caído en su red de benefactores, mecenas y con discursos beligerantes ignoran que Jesús invita a vivir como hombres entre los hombres, a ser amigo de todos, amar a los que nadie ama. Su voz reclama la ayuda de camaradas, compañeros, amigos, desea que todos sean bondadosos y afables. Que se imponga el reinado del amor y no la consigna de vivir sabroso lejos de la equidad social.
Parecen mercaderes alrededor del templo que solo quieren sacar la mejor porción y dejar en posición de privilegio a esposas, hijos, hijastros y camaradas.
El Domingo de Ramos muchos buscaban a los hermanos, se movilizan los soldados de Cristo. Una fe de carbonero los mueve para buscarlos donde trabajan, a golpear la puerta de las casas, a recorrer los caminos habitados y solitarios, llegan a panaderías, bares, discotecas, restaurantes. Los melancólicos, estresados, desplazados, enfermos, iracundos y mendigos se mezclan con los sencillos, creyentes, beatos y rezanderos. Parece que por fin comprenden por instinto que Dios los ama y que pronto se elevará hasta los cielos. Al lado también caminan los pérfidos, bonachones y lujuriosos pastores. Pareciera que esta es la mejor época para traficar.
Jesús trae consigo la felicidad que transforma, quizás ignora que muy pronto todo su ser se entristecerá al saber que se marchó en medio de azotes, escupitajos, maledicencias e improperios. Hoy, su imagen de solitario y distante debe convocar una búsqueda real de su mensaje y ser semilla y mies para el mundo, así los Cristotraficantes desde sus púlpitos de oro y escarlata digan lo contrario.
Señor, los que no creemos en ellos, clamamos a ti por la capacidad de verte como te vieron Juan y María, rogamos por el placer de contemplar tus ojos igual que lo hizo La Magdalena y Lázaro. De rodillas imploramos por vencer este loco orgullo de venderte como Judas o cambiarte por Barrabas. Por favor, permite que nuestro corazón te acepte como María ante el esplendor del Arcángel y sin dudas decir sí.
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