LOS BRONCES DE BOTERO

Un artista importante muere, y ha entrado en la leyenda, porque sin duda ya había comenzado en vida, cuando su nombre era sobradamente un mito.
Las esculturas en bronce de Botero… Imagino al caminante viendo esos brillantes y pulidos seres de anatomía inflada, de carnes llenas, a lo renacentista, como de Mantegna, pantagruélicas, burguesas, que han llevado hasta más allá de nuestro país el nombre de esta patria suramericana todavía no descubierta por la paz. Y a propósito, las esculturas de Botero parecen tener eso, más que todo: una paz bien tangible, una serenidad clásica, mundo pletórico de vitalidad física e interior: idealista, como concebido más allá de las luchas de titanes y guerreros; mundo sólo circundado por el movimiento alisado y redondo de las anatomías, rodeadas por el aire y las miradas de contemplación serena.
Los bronces desnudos y vestidos de Botero son como titanes y diosas apacibles; no conocen la guerra ni la envidia de las armas. Seguro, el estatus alcanzado por el maestro, su retiro entre los espacios del triunfo le inspiran, en estas obras, ese espíritu ajeno a las angustias de una tierra atormentada, engañada por un confrontamiento recurrente, difícil de vencer.
Las esculturas de Botero apogean la figura con presencia intransigente: imponen dignidad, peso desafiante, decididamente moderno, con alguna incidencia anecdótica, magnífica muestra de una fuerza firmemente arraigada sobre el suelo, y expresan la típica y original autoconciencia de su estética universal, grande como el concepto que las sostiene.
El brillo oscuro y sensual de esos bronces nos lleva contemplativamente a un descanso de masas voluminosas donde, además, siempre se verá cierto humor sedente desafiando a la intemperie.
En ellas está el magno arte de Botero que, para mí, supera en mucho el prestigio alcanzado hoy por sus pinturas costumbristas, pero tan lejanas a sus concepciones expresionistas, magnas y magníficas de los años 60, de pasta empoderada con el vigor de un auténtico pintor.
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