
Lo peor de los escándalos es la desmemoria de la gente

Colombia es un país de grandes escándalos que, a veces, nos ponen a pensar en que el régimen va a tambalear, pero no, simplemente ocurren, y nos toca acomodarnos para el próximo show. Aunque hay unos, que además de espectáculo, son evidencias corruptas que llegan convertidas en baladíes pasatiempos a las autoridades que debieran investigarlas.
Los escándalos, para quienes tenemos todavía algo de memoria, son situaciones en las que ciertos individuos o grupos se aprovechan de su eventual poder para obtener beneficios personales o políticos, sin tener en cuenta las consecuencias éticas o morales que algunos medios van convirtiendo en “cultura”.
Al que estamos asistiendo en estos días, protagonizado por Laura, la sirvienta y el embajador, ha sido manipulado para exacerbar los problemas que evidencia el gobierno de Petro, con indiscutible oportunismo y fruición por el superviviente Centro Democrático, con el fin de recuperar visibilidad, generar controversia y obtener supuestos beneficios políticos.
Los escándalos legítimos debieran ser importantes para sacar a la luz problemas, corrupción o injusticias, y suscitar debates y cambios positivos en la sociedad. Sin embargo, cuando ciertas personas explotan estas situaciones con fines egoístas, distorsionan la verdad y desvían la atención de los problemas reales.
Por eso dice Daniel Samper Ospina que estamos en “Circombia”, donde las fuentes de información no son confiables ni objetivas, y entonces, caemos en el juego de aquellos que buscan sacar provecho marrullero de la controversia.
Los escándalos que se producen en este circo no sirven para fomentar la cultura de responsabilidad y transparencia, ni sirven para denunciar y condenar a aquellos que los producen, ni para resolver los problemas subyacentes de manera ética y justa.
A propósito de la maleta de Laura Sarabia, en la que también fungieron como protagonistas Marelbys Meza y Armando Benedetti, otras maletas también pasaron a la desmemoria sin soluciones jurídicas; solo el espectáculo que hemos “disfrutado” ocasionalmente los colombianos.
Por ejemplo, hace 45 años, era yo un oficial-lancero-paracaidista del Ejército colombiano cuando se presentó el escándalo de la “Maleta de Fonseca”: Gilberto Rodríguez Orejuela, envió una maleta con 250 mil dólares como cuota de la mafia colombiana para sobornar al Perú y que Argentina ganara la Copa Mundial de Fútbol 1978. A cambio recibirían de la dictadura militar de Jorge Rafael Videla oportunidades para invertir, lavar y guardar grandes fortunas en Argentina.
Pero la bendita maleta esa que entregó un señor Fonseca, por error de la aerolínea Avianca, fue a parar a Nueva York, en donde fue abierta por las autoridades, que encontraron los 250.000 dólares en billetes de 100. El dinero fue confiscado y pasó a una corte estatal.
Tras el escándalo, el Gobierno colombiano pidió su devolución debido a que había salido de Bogotá por fuera de la vigilancia reglamentaria de la Superintendencia de Control de Cambios. Los esfuerzos oficiales por recuperar el dinero retenido en Nueva York, se perdieron porque en representación de los mafiosos de Cali, actuó el abogado Diego Pardo Koppel, quien le ganó el pulso al Gobierno.
Nunca se supo oficialmente del destino que tuvo el dinero tras haber sido devuelto. Pero, Argentina derrotó a Perú por seis goles contra cero. No faltaron las versiones según las cuales el resultado se produjo, presuntamente, gracias a la extraordinaria capacidad corruptora internacional que alcanzarían con su dinero los carteles colombianos de la cocaína.
Diego Pardo Koppel, a pesar de su falta ética disfrazada de enredo técnico-jurídico, luego fue nombrado alcalde de Bogotá por el presidente Belisario Betancur, pero tras admitir que había recibido honorarios de Gilberto Rodríguez Orejuela, tuvo que renunciar. Sin embargo, a pesar del escándalo, y sin tener en cuenta, cuando menos, una inhabilidad ética para ejercer cargos públicos, el presidente Andrés Pastrana después lo nombró embajador en México.
Luego protagonizó otro escándalo con el expresidente del Banco del Estado de la época cuando fueron detenidos en Bogotá por la Fiscalía General de la Nación, acusados de millonarios préstamos irregulares por 15.000 millones de pesos. A los pocos días recupero su libertad.
Pero en esta nueva temporada de escándalos de maletas, sin consecuencias jurídicas ni éticas, se presenta el de “las misteriosas maletas de la esposa del fiscal”: Walfa Téllez, la esposa de Francisco Barbosa, en septiembre de 2021 llegó al edificio World Business Center, piso 5, y se metió a altas horas de la noche a la Subdirección Nacional de Bienes, que almacena y custodia los elementos incautados por la Fiscalía, y sacó cinco “misteriosas” maletas repletas de objetos que estaban en esa sede.
La esposa del fiscal general no es una funcionaria pública y, por lo tanto, no tendría por qué acceder a esas instalaciones, menos aún a esas horas de la noche. Y más sospechoso es que ingresó a salas que se encontraban confinadas con sellos de seguridad.
A pesar del escándalo, el contenido de las maletas y la razón de su retiro de un despacho oficial por una particular en horas de la noche sigue siendo un misterio. Esto significa que no pasó nada, porque quien debía investigar era, precisamente, el esposo de la protagonista.
Es que el fiscal Barbosa suma una serie de “indelicadezas” en el manejo de recursos públicos, materiales y humanos, como los denunciados por CAMBIO sobre los escoltas asignados a pasear los perritos mascota del fiscal en una camioneta de seguridad, el uso de centenares de guardaespaldas para acompañar a familiares del fiscal y de su esposa, así como la utilización del jet de la Fiscalía para un viaje familiar como el célebre paseo a San Andrés. Obviamente, no pasa del escándalo.
De igual manera, la información de CAMBIO indicó que al menos a dos trabajadoras de aseo y cafetería de la Fiscalía General de la Nación, pagadas con dineros públicos, trabajaban cotidianamente en la residencia privada de Francisco Barbosa, desempeñado labores domésticas.
¿Se imaginan qué pasó?
En conclusión, la falta de efectos jurídicos o de responsabilidades éticas y morales en los escándalos que sacuden a Colombia generalmente se deben a la impunidad que prevalece debido a la corrupción, la influencia política o la falta de voluntad de las instituciones encargadas de aplicar la ley para investigar y sancionar a los responsables.
Y todo esto es consecuencia de la manipulación política que interfiere los debidos procesos en términos de pruebas y evidencias, por lo que los comprometidos eluden olímpicamente la responsabilidad legal.
Una cosa es la teoría, la academia, la realidad jurídica, otra los hechos, lo que nos toca padecer; no me vengan a mí con el cuento de que los poderes actúan con “independencia”, cuando, por ejemplo, las instituciones encargadas de hacer cumplir la ley tienen limitaciones políticas para investigar y perseguir adecuadamente los casos de corrupción o delitos relacionados con los escándalos.
El fortalecimiento de las instituciones, la lucha contra la corrupción y la promoción de una cultura de transparencia y rendición de cuentas siguen pendientes para poder abordar técnicamente el problema de los escándalos en Colombia.
¿Seguimos haciendo memoria?: Escándalo de la Parapolítica, Ñeñepolítica, Carrusel de las Notarías, Carrusel de los Carros Blindados, Cartel de la Hemofilia, Cartel de la Toga, Caso compra de votos en el Atlántico, Escándalo de Chambacú, Escándalo de Dragacol, Escándalo de Reficar, Escándalo de Foncolpuertos, Escándalo del Miti-miti, Relaciones entre la familia Uribe Vélez y el Cartel de Medellín, Escándalo Centros Poblados… Seríamos interminables.
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