LO DIJO EL SAGITARIO AL ERMITAÑO
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Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano
leoquevedom@hotmail.com
En la víspera del primer día de diciembre, el arquero con su saeta en el carcaj, dejó el morral encima de su grupa y se acercó a la puerta de la gruta donde habita desde hace casi 30 años el hombre sabio. Lo divisó en el fondo, ojeando una cuartilla amarillenta. En su mano goteaba todavía la pluma de ganso con que acababa de grabar sobre ella su pensamiento.
– Buen hombre, te traigo el aire que respiro y deseo saborear la palabra que guardas en tu boca, dijo con sentenciosa voz el experimentado caminante. – Buen día, tengas, amigo que trotas y llevas a la espalda sorpresas a quienes Ventura no les dio el don de trazar sus propias metas. – Entra, límpiate el sudor y bebe un té de hierbas mientras tu corazón y tus lomos descansan del trabajo.
El ermitaño partió su ración de té y dulce de agraz con el pasajero con aparejo de centauro y se aprestó a brindarle su oído. Presagió con rostro apacible que traía congojas y la noche es buena receptora de pesares en su diván con techo de estrellas que sonríen.
– ¿Eres feliz, en esta soledad ausente de sirenas que te despierten en tus sueños, en este desierto que sólo produce insectos, fiebres y lobos de gargantas afinadas? Sólo tienes un plato y un vestido, mas veo tu cara sin arrugas y tus manos alargan en sus dedos un saludo grato. – Dime, ¿acaso algún día me recibirás lo que cargo en mi fardo para los mortales que hasta fin de año me piden con creciente ansia? ¿De qué estás hecho que los placeres despreciaste, que apenas conoces la noción del día y sus atardeceres, del rozar del viento en tus ijares y de la quietud que trae la noche en su bolsón ennegrecido?
El ermitaño se sentó a su lado, acomodó el cinturón de lona en su delgado estómago y sonrió sin dejar oír siquiera un asomo el sonido de una risa. De reojo vio a Sagitario preocupado e intuyó que más venía en busca de ayuda, que para ofrecer augurios con sus dardos. – ¿A qué se debe tu visita en esta hora que tu oficio de mensajero de fortunas e infortunios ha cesado? ¿O, tal vez, tienes para mí un correo de amor o muerte? Mi vida transcurre entre meditaciones, ayunos, correrías por los bosques, visitas a la madriguera de los conejos y los nidos de los pájaros. La simplicidad es el sello de mi conducta diaria. Nada me afana pues los ruidos e insanias del resto del mundo no me alcanzan. Dime, si te place, qué guardas para mí en tu fardo.
Sagitario, salió de la cueva y buscó en su faltriquera, ya flaca de mensajes y a la luz tenue de la Luna indagó algo, en vano. Devolvió su figura y sus pasos hasta el ermitaño, se sentó en el mismo punto donde estaba y bajó su cara.
– ¿Te pasa algo malo, se te perdió algo de repente, amigo Sagitario?, inquirió el eremita de cabellera larga y blanca. – No, respondió con vergüenza el extraño caminante que tiene su cuerpo mitad bestia y es de humano lo que piensa. Ante tu talante y tu semblante he decido callar y hacerte una reverencia. Más que augurarte dichas o desdichas prefiero alabar tu moderación, tu diafanidad y desapego. Tu Destino es claro y tu Salud lo dice. No necesitas mi consejo. Adiós, amigo, sigue tu camino austero.
12-11-08 – 4:50 p.m.
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