
LLUEVE Y «SEGUIRÁ LLOVIENDO»

Llueve esta noche y a lo lejos suena
como un cansado caracol la vida
llueve en mi corazón, lenta, escondida
su agua de soledad mi antigua pena.
Primer cuarteto del poema Llueve de Héctor Fabio Varela
Amaneció lloviznando y llovió luego, llovió ayer y todos estos días. Y según pronósticos, seguirá lloviendo más intensamente. Así ha ocurrido a través de todos los años. Llega abril con agua en sus días y sigue mayo con la costumbre mojada.
«Ama y olvida, -dice a continuación Varela, el de Zarzal, desde su tumba. …exhórtame una voz grave y serena. Llueve y la flor de mi pasión se inunda de lágrimas…Me hiere una saeta vagabunda!» Y lo canta Nancy Zapata en su canción, con alma.* Quien oye esta canción siente que destilan en su corazón gotas amargas.
Porque la lluvia es un continuo llanto del cielo y de las nubes. ¿En dónde y cómo estará el corazón del firmamento que llueve por días y permite que hasta los valles se inunden y los montes se derrumben? No se compadece del valle ni de la montaña. Tendrá, entonces, que esperar que termine mayo y se serenen el ambiente y el tiempo en su periplo.
Sí. Hay una razón por la que existe la lluvia y las lágrimas. ¿Quién no ha llorado alguna que otra vez en su vida? Ambas son necesarias y para ello se han hecho la tierra seca y sus grietas que se abren y para eso los ojos responden a los sollozos que mueven las entrañas y los ojos. Si no hubiese lluvia se rajarían los montes y se enrojecerían los ojos y no descansarían ni el pecho ni las gargantas. No existirían las represas y lagunas y no se venderían pañuelos blancos, perfumados ni los ayes sonarían por calles y rincones.
La lluvia que derraman las nubes y alumbran los relámpagos y las lágrimas que parece que salieran como mugidos de un corazón herido en las tardes o el silencio de las noches, son remedios para la sequía y el descanso de la tierra y consuelo del ser humano.
Las lluvias y las lágrimas seguirán cumpliendo su labor desde que aparecieron el sol que quema la piel y la carne de las laderas y desde que el ser humano experimentó las heridas de la soledad y el abandono. Lo reconoce así Héctor Fabio desde su tumba muda en un final tronante: «…a mi memoria vuelven, insistentes, amores y dolores ya distantes.»
Habrá que acudir al remedio que aconseja otro poeta capitalino. José A. Silva aconseja el «tónico de no seguir leyendo letras llenas de lluvia y lágrimas». Aconseja, más bien, tomar unas latas de gotas amargas. O, más fácil, unos dos tragos de ron viejo o un par de whiskys bien cargados.
Y, allá afuera que siga la lluvia entonando sobre el viento o el horizonte su tonada gota a gota aunque enfríe bastante el corazón e inunde un poco la calle donde vivimos.
08-05-18 10:13 a.m.
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