Gustavo Álvarez Gardeazábal / @eljodario / eljodario@gmail.com

Cuando a mi pueblo natal, Tuluá, llegó, por allá al final de la década del 30 del siglo pasado, Guillermo Ponce de León junto con la oleada de inmigrantes que buscaban aliento y esperanza en las tierras vírgenes vallecaucanas y soporte en la comercialización de todo lo requerido, nadie podía pensar que era el paso inicial para que en una ciudad netamente agropecuaria se pudiera montar la primera fábrica de envergadura.

En 1956, cinco años después de haber constituido a Levapán en Fontibón, Ponce de León inauguró la sede de Tuluá y desde entonces ha sido el símbolo del desarrollo pueblerino por encima de los difíciles momentos de sangre y muerte que nos han azotado por dolorosas e inolvidables temporadas.

El viernes pasado, sin mucho bombo ni platillos, pusieron en funcionamiento la ampliación de la planta original invirtiendo no menos de 30 mil millones de pesos, triplicando con ello la producción que surte al 90% de las panaderías colombianas. Y, al mismo tiempo, la nueva sede del colegio modelo que desde hace 50 años han sostenido dentro del campus de la fábrica para los hijos y nietos de sus empleados. Y todo, enmarcado en el Parque de la Guadua, que con visión ecológica levantaron y mantienen con dedicación en 25 hectáreas aledañas.