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LAS PALABRAS SE AHOGAN EN UN ESTERCOLERO

El martes 5 junio, 2012 a las 10:32 am
 
Por Jairo Cala Otero
 
Era 27 de mayo de 2004. Mi sobresalto fue mayúsculo durante aquel sueño. Asistí a una verdadera tragedia. Vi y escuché cómo el más bello de los idiomas del planeta se volvía estiércol, palabra por palabra, dentro de un gigantesco barril.
Sobre ese enorme recipiente, la gente había lanzado un ácido demoledor cada vez que abría la boca para hablar, y escribía para hacerse entender; y él iba volviendo materia fecal una a una las divinas palabras que nos legaron, como riqueza cultural, nuestros antepasados españoles.
Durante el sueño luché desesperadamente por rescatar a algunas de las «víctimas». Logré sacar del fétido tonel a muchas de ellas. Tras lavarlas en esencias aromáticas, de aquellas que inventaron los enjundiosos constructores del idioma, las puse en lugar seguro. Las emperejilé, y las puse de nuevo en circulación. Danzaron, muy contentas, frente a mis ojos en gesto de gratitud; y al final, segundos antes de que yo despertara del sueño, se despidieron encomendándome la delicada misión de defenderlas «hasta la muerte».
¡Que misión más seria! Sobre todo porque me di cuenta al despertar de que en la vida real está pasando lo mismo que en el sueño. Una horda de irredentos, divorciados con su idioma natal, azotan a diario el español. Escriben de cualquier manera, y, peor todavía, se enconchan mentalmente para no saber nada sobre la normativa lingüística de este deslumbrante idioma.
Frente a ello, ser escudero para que tantos usuarios del español no sigan ejecutando su tarea de degradarlo día tras día, es asunto muy comprometedor. Pero aquel día asumí voluntariamente tal tarea, y en ella me mantengo.
Desde entonces profeso reverencia extrema por las palabras. Las mimo, las acaricio con mi ojo mental y mis ojos físicos; las contemplo a cada momento, y las utilizo con donaire en todos mis procesos de comunicación con mis semejantes. Creo que el espíritu libertario de las palabras conspiró, para que yo asumiese esta tarea.
No dudé en comprometerme desde esta tribuna del pensamiento libre. Eso significa sellar un pacto «hasta la muerte» con las palabras. Como en el sueño, las saco constantemente del estercolero al que son arrojadas. Por respeto a las benditas palabras, que ahora han vuelto a danzar en los lóbulos de mi cerebro para que yo hable bien de ellas, cree hace ocho años esta cruzada idiomática por ellas y con ellas. En cada boletín idiomático que transmito por Internet nos asomamos, ellas y yo, para hacer notar aquellas formas erróneas de hablar y escribir que mucha gente usa, y con las cuales, como en aquel sueño, tiran al barril de excretas a tan hermosas mensajeras de la comunicación humana. Yo las saco del fétido lugar, las limpio con mi «desinfectante idiomático» y las perfumo con el néctar liberador del español, para que recobren su gracilidad y pureza. 
En este trono están sentadas sus majestades las palabras, porque ellas pertenecen al reino del verbo, que, cuando se lo usa apropiadamente, liberta, distingue y premia voluntades humanas.
A las miles de personas que fielmente me siguen cada semana al leer mis boletines Español Correcto, Madriguera Idiomática y La Garlopa consagro este empeño. Confío en que ellas, en su sapiencia, habrán de valorarlo y reconocerlo en su justa dimensión. Porque esas personas -entre las que se cuenta usted- son mis árbitros neutrales, yo apenas me atengo a sus fallos o decisiones.
***
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