
Gloria Cepeda Vargas
Tan intrascendente es el título de la noticia aparecida en El Tiempo del 13 de julio como el comentario que hace al respecto la gobernadora del Valle. El primero parece la voz de un casete activado por enésima vez: “Impunidad rodea las muertes de mujeres”. En cuanto al segundo, no puede ser más soso: “Que cuando las mujeres denuncien les pongan cuidado porque no les prestan atención y ahí ocurren los feminicidios”, dice la doctora Dilian Francisca como si estuviera descubriendo la partida de nacimiento de Tutankamón.
A la indignación que produce esta impune matazón de mujeres, se une ese run run desteñido que nos gotea de frente: la falta de respeto por el rol que desempeña el idioma en la transmisión noticiosa. Los cincuenta y un casos de asesinatos de mujeres en Cali que denuncia el periódico, con incremento del 7% respecto al año pasado, constituyen algo parecido al cuento del gallo pelón. De tanto aparecer en los medios de comunicación, se invisibilizaron. Asesinar mujeres en Colombia es un deporte sin pedigrí, algo como jugar fútbol con una pelota de trapo. Y si a esta cháchara se añade el mendicante recurso semántico o la carencia absoluta del bla, bla que debe al menos barnizar el tránsito verbal de una funcionaria imprescindible como la susodicha, apague y vámonos.
¿Cómo es posible que una dama ungida con un báculo de dudoso talante pero báculo al fin, una señora que cruzó la meta dejando en el camino tantas luciérnagas heridas, una fémina que abordó la nave después de nadar a contracorriente, ni siquiera se tome el trabajo de reivindicarse sazonando sus declaraciones con un poco de sal? Las palabras de la doctora Dilian Francisca sugieren desnutrición silábica y neuronal y absoluto desconocimiento del peligro que representa arriesgarse a realizar un streap tease de semejantes dimensiones.
“Que les pongan cuidado”, afirma, para decir a continuación: “Porque no les prestan atención y ahí ocurren los feminicidios”. ¿Así que ocurren los feminicidios porque los angelitos encargados de administrar justicia no prestan atención a las polvaredas boxísticas asestadas a las féminas que están a punto de emigrar para siempre o desaparecieron entre los nubarrones de la implosión? ¡Oh egregia conclusión emitida por la sesuda funcionaria! ¿De qué claves dormidas en lo profundo de la sabiduría universal, se valdría para extraer semejante perla?
Todo merece respeto, hasta la obviedad. Lo obvio se blinda con las características de la evidencia, de lo palmario, de lo elemental. La doctora Dilian Francisca se permite atropellarlo y lo reduce a un conjunto incoloro, inodoro e insípido.
Por otro lado, sus conclusiones tienen la ingenuidad de la clavellina montañera. Ahí no encontramos esos abstrusos encabalgamientos que utilizan académicos o togados. Lo que exudan estas conmovedoras palabras huele a sabana amanecida, a café recién colado. ¿Les parece poco descubrir que los feminicidios triscan a sus anchas porque la justicia juega cartas o duerme a pierna suelta mientras las damnificadas se desgañitan contando historias que nadie se toma el trabajo de revisar?
La palabra es un instrumento de poder. Puede construir o destruir, avalar o descalificar. Lo preocupante de un acontecimiento en apariencia insignificante como éste, reside en la banalidad interior que traducen las palabras de una funcionaria tan importante como doña Dilian Francisca. No es la superficie conformada por una alocución paupérrima, es el trasfondo amenazante por vacuo y poderoso.
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