(Para un cortometraje infantil de muñecos animados)
Rodrigo Valencia Q ©
«La vida es una garza colgada de una telaraña»; así se llamaba un cuadro que exhibían en la esquina de la plaza del pueblo.
Un gato pasa y mira el cuadro; comprende que no hay nada qué entender, y sigue adelante. Después pasa un perro y también lo mira; sorprendido, ladra y brinca sin poder alcanzar la garza allí enredada; los ladridos llegan hasta la luna, quien entonces baja muy emocionada desde el cielo; se hace al lado del perro, lo saluda y le dice: “Perro, no ladres; no te pongas así ni esperes entender lo que no cabe en tu mollera”. Y entonces se miran, coquetean, se gustan mutuamente y se toman de la mano; al parecer nacerá entre ellos un amor grande, luminoso. Deciden entonces irse al cielo, se van tomados de la mano; la noche los recibe con gran regocijo, las estrellas bailan de contento.
Un niño pasó, vio que el perro y la luna se alejaban y se iban al cielo. Miró el cuadro, y entonces gritó, sorprendido: “¡Oh, la vida es una garza colgada de una telaraña!; lo soñé justamente anoche, y aquí está mi sueño en vivo y en directo!». La garza oyó al niño, y haciendo un gran esfuerzo logró desprenderse de la telaraña; se escapó del cuadro y voló al tejado más cercano. Ambos se miraban; el niño rió, le guiñó un ojo; la garza se arrancó varias de sus blancas plumas, bajó del tejado y se las dio al niño en forma de abanico, y le dijo: «Oye, te espero allá arriba», y entonces se fue al cielo, fue a buscar al perro y a la luna. El niño la miraba un tanto apenado por quedarse sin su garza. Pero de pronto vino el gato, brincó a sus brazos y comenzó a lamerle la cara muy contento. En tanto, el abanico de plumas creció y les dijo. «Vengan, monten», y así los llevó volando también al cielo, donde se reunieron los cinco y fueron muy felices. En el centro del cielo había una telaraña de oro, brillaba como el sol.
RVQ ©
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