Cuando me refiero al poder negro, evitando incurrir en abstracciones metafísicas o en idealizaciones, hago relación a la vida concreta (material) de grupos y comunidades y a la forma como ellas hacen uso de distintos recursos, capitales y dispositivos (normas del derecho, negociaciones, acceso y manejo del conocimiento, acceso a cargos burocráticos, formación de cuadros políticos y liderazgos, desarrollo de experiencias políticas) para afirmar una identidad y poder establecer reivindicaciones, exigencias o demandas al Estado.
Debe eso sí, resaltarse que el poder negro, y su componente identitario, no se agota en el asunto del color de la piel. Pero tampoco el ser negro implica asumir forzosamente una identidad como negro, es decir, un tipo de pensar o de actuar que se adecue o se ajuste a lo que esperan los demás miembros que hacen parte de una comunidad étnica. La identidad nos remite, por supuesto, a la activación de una conciencia (individual y colectiva), que genera, a su vez, una serie de riesgos, peligros y dificultades.
Entre estos se pueden mencionar: a) El que buena parte de los actores políticos que participan actualmente del poder negro en el norte del Cauca en realidad respondan a la necesidad de hacer conciencia respecto a los procesos de desesclavización política. Por el contrario, podría suceder que algunos sólo estén pensando en continuar la participación e involucramiento en el juego político, con miras a negociar no asuntos colectivos sino intereses particulares, ubicados como peones de brega que actúan bajo los esquemas de captura trazados por la política bipartidista tradicional (clientelismo, compra de votos, tráfico de influencias, etc.).
b) El que los logros y conquistas alcanzados por el poder negro se traduzcan, al interior de las comunidades, en una distribución social de beneficios. De lo contrario, podría ocurrir que se hagan más visibles y profundas las diferencias entre ciertas élites y el resto de la población o que se exacerben problemas como el de la corrupción y la apropiación indebida de recursos, concentrados en pocas manos.
c) Que si el poder negro se entiende como una especie de dictadura étnica (poder con, desde y sólo para los negros) entonces corremos el peligro de entrar en nuevas formas de exclusión, que sin duda alguna provocarán (y se añadirán a) otras tensiones y conflictos. Imaginémonos ejercicios administrativos desde alcaldías municipales, entendidos como si fueran palenques fiscales, donde el grueso de los recursos se destine a mejorar sólo las condiciones de vida de las comunidades negras o que, de acuerdo con la utilización de marcadores raciales, sean consideradas como tales.
PODER NEGRO Y DRAMATURGIA POLÍTICA
Así entonces, a partir de algunos elementos aportados al análisis del peso específico de la realidad que tiene (o puede tener) actualmente el poder negro, me parece pertinente afirmar que este fenómeno político, social y cultural puede ser entendido como desafío, ya como reto, bien como peligro o preocupación, de acuerdo con el punto de vista o, para ser más concreto, con el interés desde donde se lo mire o aborde.
Será desafío y reto, por ejemplo, para las mismas comunidades negras en la medida que las experiencias políticas las confrontarán a mostrar que pueden hacer un mejor y distinto ejercicio de gobierno de aquel que han venido realizando los partidos tradicionales, lo que implica decir que debería ser más democrático, más transparente, más justo y equitativo. Algunos casos concretos de municipios nortecaucanos muestran que no necesariamente ello tiene que ocurrir o cumplirse así.
El caso de Santander de Quilichao resulta llamativo: aquí el recordado Williams Ortiz, a quien el poder le transformó la personalidad, no sólo dilapidó un jugoso capital político que había obtenido sino que, además, se obstinó en gobernar a puerta cerrada, distribuyendo el erario público en compañía de un ególatra profesor de secundaria y de un conocido personaje político venido de un municipio vecino.
Una alternativa para evitar que se prodiguen ese tipo de situaciones consistiría en que el poder negro llegue a ser la expresión de un proceso social y no una simple respuesta a una coyuntura política. Por esta vía las mismas comunidades serían las encargadas de llevar a la práctica el empoderamiento de sus líderes, mediante el establecimiento de consensos, mediante la definición de mecanismos democráticos para la escogencia de sus voceros políticos.
En cierta manera, todos estos procedimientos constituirían una especie de filtro para garantizar un mejor clima de confianza en la gestión administrativa, para lograr una mejor capacidad de maniobra y, por ende, para minimizar los efectos colaterales (por regla general devastadores sobre el tejido organizativo) que se desprenden de aquellas prácticas en las que tiende a predominar el interés personal sobre el interés colectivo, la aventura política sobre la unidad de acción.
El poder negro también podrá ser un peligro, o una preocupación, como la advertida por el contertulio en el parque de Santander, para aquellos actores de la política que siguen actuando como si nada hubiese cambiado, que siguen pensando que el ejercicio del poder es reductible a ciertos espacios o aciertas prácticas, que siguen convencidos que la política se define por la capacidad de persuasión que se posee (y se impone) pero en detrimento de otros sujetos, a los cuales no se los ve como sujetos colectivos sino más bien como sujetos manipulables, incapaces, dóciles o, sencillamente, como personas pasivas.
Al parecer hay olvido, hay pérdida de memoria (independientemente de que lo cataloguemos como acto conciente o inconciente), lo cual bien puede implicar desconocimiento o premeditación sobre las resignificaciones y apropiaciones políticas o culturales que protagonizan los de “abajo” y que pueden expresarse como reivindicaciones o reclamos públicos, pero también como manifestaciones ocultas, como discursos encubiertos (chismes, murmullos, rumores).
¿Será que nos olvidamos, que los subordinados también pueden hacer dramaturgia política, tanto como para usar disfraces y máscaras, a la manera en que lo hacen los actores en escena para interpretar un papel protagónico, que siguen siendo subordinados, mostrando que se dejan utilizar por quien posee el poder dominante o por quien estratégicamente se encuentra en una posición de poder que es ventajosa?. ¿En el juego político actual realmente quien utiliza a quien?.
* Estudios de doctorado en Antropología: Universidad de Sevilla (España), ICANH-Universidad del Cauca
Deja Una Respuesta