LEOPOLDO DE QUEVEDO MONROY: —En la sala está sentada, digna y serena. Su cabello lacio y largo descuelga por su nuca y llega hasta el borde de la espalda. Viste de blusa negra para que la elegancia del busto se acomode al momento de su figura. Al fondo un lienzo resalta las formas humanas de la mujer que ha aceptado servir de modelo al pintor.
Su rostro, algo ladeado hacia la derecha, refleja cierta inseguridad y lejanía. La nariz y el cuello de largos trazos y su diminuta boca destacan la sensación de un ser de una hermosura interior y sensibilidad extrema. A la vez, su posición delata de inmediato que algo falta.
Tristeza negra
La dama de negro
calla
su cara y su pecho
parecen de cera
sus ojos felinos
están casi cerrados
la dama de negro
tiene estirado
su cuello de cigüeña
la dama de negro
está triste
porque sus ojos pardos
son vidrios redondos
RODRIGO VALENCIA Q: —»La dama de negro» está en silencio, parece dormir despierta. Su vestido es el luto de la pérdida de algún sueño; sin embargo, la distancia no es infinita, está presente, demasiado cerca, para saber quién acecha su amor.
¿No es acaso el pintor quien acarició su diminuta boca, y después durmió con ella el sueño de un cuadro? ¿No cayó en sus redes, y su cabello negro dejó de ser por un instante el velo que cubría su amor?
La dama de negro espera ahí, quiere saber si las montañas de hoy le permiten ver al pintor.
La dama de negro, fondo gris donde se aplanan las fogosas distancias de Eros; no han quedado ahí los pétalos de una tarde de amor.
RVQ
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