
Foto: CBonlineCali
La ciudad: ¿Una imagen o una vaga ilusión?
En la primera de nuestras columnas escritas acerca del tema de la ciudad, partíamos de la explicita afirmación de que las ciudades, en sí mismas, y cualquiera de las ciudades que sea, se presentan y se despliegan como “objeto de estudio indefinible”. Y esa condición de indefinible, igualmente nos las convierte en realidades casi siempre indescifrables. Lo cual parece paradójico, pues si hay algo evidente y contundente es la forma de manifestarse que tienen las ciudades, así como la forma como las percibimos. En primera instancia pareciera que son un lenguaje y una sensación visual, una arquitectura física, un orden estructural levantado sobre elementos reconocibles que se ofrece a la interrogación de nuestras pupilas y de nuestros varios sentidos; son un paisaje cambiante y plural que convertimos en vivencia y en experiencia existencial.
Es muy común decir, poética pero equivocadamente, que las ciudades son imágenes; pero esto solamente es una cómoda y bella expresión, que está muy lejos de captar y comprender el casi inabarcable universo que palpita, vibra y acontece en el verdadero y esencial SER que define y configura esa compleja y cambiante realidad de cualquier ciudad que pueda ser considerada.
Sin embargo, es un modo ampliamente generalizado, utilizar esos recursos del simplismo conceptual, para creer o imaginar, que una ciudad se agota o se describe en una sola imagen o que puede describirse con un solo adjetivo para nombrarla; un adjetivo que con el cual que se supone se expresaría el verdadero ser histórico y, con el cual se pretendería totalizar todos los significados que la ciudad encarna y representa.
Piensen y reflexionen, nuestros probables lectores, lo que significa, por ejemplo, referirse a la ciudad de Popayán, con una o con varias de las designaciones que tradicionalmente se han utilizado para nombrarla: CIUDAD BLANCA, CIUDAD CULTA, CIUDAD COLONIAL, CIUDAD RELIGIOSA, CIUDAD HISTORICA Y etc., etc. Designaciones susceptibles de continuar multiplicándose y que podrían ser falsas o ilusorias o, contenedoras de algunos rasgos relativamente verdaderos, pero sin capacidad ninguna de develarnos lo que verdaderamente es la ciudad.
No es ingenuo, ni es gratuito, sugerir que reflexionemos un poco acerca de esas diversas designaciones con las cuales estamos a costumbrados a nombrar las ciudades. En primer lugar, porque ninguna palabra es inocente. Muchas veces las palabras y también los conceptos, pueden ser un vehículo tanto de la verdad como de la mentira, o de la falsificación de lo real. Y cuando las palabras terminan, por el uso abusivo e irresponsable, transmutándose en conceptos o en categorías, que terminan también integrándose a los imaginarios colectivos, los que a su vez condicionan la precepción y la comprensión acerca de lo que designan.
Retornando al tema de nuestra CIUDAD DE POPAYÁN, podríamos preguntarnos ¿de verdad somos una ciudad culta? ¿O una ciudad letrada, o blanca o histórica o colonial? ¿O cualquiera de las múltiples formas con las cuales la hemos venido designando durante tantos años?
Quizá para propósitos propagandísticos, quizá para satisfacer el lucro de la actividad turística, esas designaciones tengan hasta cierta y relativa “legitimidad” en sus pretensiones y sus expectativas de “vender” la ciudad como atractivo turístico. Pues hoy casi todo se vende, casi todo está sometido a la férrea dictadura del mercado. Y “vender” una imagen o vender una ciudad entra dentro de ese juego ridículo, inexorable y perverso.
Al respecto y para ilustrar lo anterior, quiero recordar una anécdota. Hace ya varias décadas, un conocido, polémico e importante escritor norteamericano, escribió en sus memorias, que había venido a la ciudad de Popayán pues le habían informado que la ciudad era la sede de muchos intelectuales. Pero agrega en su escrito que no encontró a ninguno. Si acaso pudiera volver ¿Cuántos encontraría? Es más que evidente que el nombrado escritor también debió de haber oído que Popayán era la ciudad culta de Colombia.
Es fácil corroborar que dichas designaciones, que dichas formas de nombrar la ciudad durante tantos años, han terminado fabricando una narrativa, una especie de mitología parroquiana, que condiciona la mirada y la comprensión, que tanto los payaneses como el resto de colombianos, tienen sobre nuestra ciudad. Pero en ella no está la verdadera historia de la ciudad, solo una leyenda muchas veces dulzarrona o cursi y casi siempre apologética y falsificanté. Popayán tiene leyendas, pero carece de una historia verdadera que la descifre.
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