

La bucólica de la vida
Virgilio de Mantua, la antigua región Itálica, trae esa palabra a la poesía, en su famosa égloga, su fruto y símbolo.
Llama bucólico a todo lo que pertenece al campo, a la región rural, aparatada de la ciudad. La soledad, la tranquilidad, el verde de los campos, la presencia de las ovejas y pastores, los balidos y ternezas de estos mansos animales. Son los habitantes naturales y simbólicos de las tierras alejadas de las grandes poblaciones. Son lugares propios para la labranza de la tierra, la presencia de animales como los caballos, los bueyes, los carneros y ovejas.
Se trata de lugres libres del ruido y las ocupaciones no tan liberales de los campesinos, amantes y cultivadores de frutales, verduras y frutos sacados de la tierra. El uso de la fuerza corporal, de los brazos y las manos y la espalda al sol y el amor por la «tierra», son sus señales características.
La bucólica es una forma de vida. Allí, en los campos fuera de la gran ciudad, nacen, -casi salvajes- los árboles, hierbas y flores que no aparecen en la ciudad y productos como la yuca, el ñame, la arracacha, los cubios, las variedades de papa, más una gran variedad de matas y árboles que los campesinos han encontrado y hecho saludables y benéficos para la salud de los humanos, -mujeres y hombres-.
En el campo la vida es más libre, menos compleja, sin tanta preocupación de la apariencia física y el vestido de mujeres, hombres y menores. Fácilmente se encuentra en una casa sencilla del campo a los dueños y habitantes con sus hijos y servidores. Más el perro, una vaca y un caballo, al menos. Ah, y los gallos, las gallinas y los patos que nadan como bailarinas en el río o el lago.
La vida campestre no tiene la complejidad de la vida de los pueblos y ciudades. Sus habitantes todavía ostentan sus prendas naturales como el rebozo o pañolón negro, las mujeres y el sombrero y la ruana los hombres más el sombrero blanco, de jipa o de fieltro. Porque el frío y el sol son la compañía en los campos en las mañanas, tardes y noches. Las casas se levantan sobre cañas que son revestidas de pañetes de barro y cemento para cerrarle el paso a los vientos y el frío.
Sube uno por las veredas y caminos de herradura, en medio de piedras y pequeñas vertientes de agua que refrescan a los caminantes que regresan a sus casas de las diligencias en la ciudad o la ida al médico o a la misa del domingo. Regresan con la mula o caballo con carga de panela, azúcar, arroz, harina, con paso mohíno y sudor.
Los campesinos, hijos del campo, de la producción de la tierra y la recolección de la cosecha en las épocas señaladas por el vetusto Almanaque Bristol, esperan los frutos y viven del campo al que aman y cuidan como la mamá o el padre cuidan a sus hijo
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