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La anécdota – II Del idioma, el estilo y la crítica

“A veces una broma, una anécdota, un momento insignificante, nos muestran mejor a un hombre ilustre, que las mayores proezas o las batallas más sangrientas”. —Plutarco 46–127
La etimología nos lleva a otros tópicos de la anécdota: ‘cosas nuevas’ y, por tanto, ‘desconocidas’. Y abre su comprensión a dos significados distintos: uno, que indica ‘escritos inéditos’, ‘secretos’; dos, que hace referencia a ‘episodios históricos característicos y poco conocidos’, o ‘breves relatos sobre personajes o hechos reales’, narrados para satisfacer la curiosidad, para ilustrar, entretener, etc.
La anécdota, por su forma epigramática, fija las características más relevantes de un personaje o de un episodio en particular… Dejemos hasta ahí la teoría sobre este ‘suceso circunstancial’, y demos la palabra a personajes que desde su experiencia nos hablan del idioma, el estilo y la crítica.
«Víctor Hugo era muy exigente con los intérpretes de sus obras. En cierta ocasión, el actor Montrose, a propósito de una representación de Marion Delorme, le llamó la atención sobre una palabra que aparecía en su papel.
–Perdóneme -le dijo el actor-; sin duda se trata de un error del copista, porque esta palabra no es francesa.
–¿Cree usted, señor Montrose, que esa palabra no es francesa?
–Eso creo, señor.
–Pues, despreocúpese, ya lo será».
Rembrandt (Holanda, 1607-1669) es el representado en la siguiente anécdota:
«Un rico señor le encargó un retrato, pero no se sintió satisfecho con la obra una vez que el artista hubo finalizado.
–Su pintura es excelente –dijo-, pero el parecido no creo que esté logrado.
El pintor, sin inmutarse, le propuso vender el cuadro a quien lo quisiera si a él no le gustaba.
–No se trata de eso –contestó-. Quizá con algunas sesiones más podría obtener un mejor parecido.
Rembrandt accedió. Pero el próximo día que esperaba al inconforme modelo, pintó en el suelo de su taller una moneda de oro. Cuando el señor entró, se inclinó de inmediato para recoger la supuesta moneda, pero se encontró con asombro que era solo una pintura.
–¿Sigue creyendo que no he logrado el parecido?
El hombre, muy turbado aceptó el retrato que, por supuesto, el artista se negó rotundamente a modificar».
«Stendhal (Henri Beyle, Francia, 1783-1842) escribía con mucha claridad, con un estilo limpio, sin aglomeración de palabras ni confusiones. Un amigo le alababa el estilo y Stendhal decía:
–Efectivamente, eso se lo debo a mis lecturas. Nunca escribo sin haber leído antes algunas páginas de otros libros.
–¿De otros libros, podría decirme cuáles?
–Prácticamente siempre del mismo: del “Código Civil”.
Se refría al Código Civil de Napoleón, una de las obras más claramente escritas».
«Rafael (Italia, 1483-1520). Un grupo de amigos le criticaban ciertos detalles de su cuadro Amor y Osiche, pues no estaban acordes con la realidad de la naturaleza. Rafael, sonriendo ante este señalamiento les respondió en tono condescendiente:
–¿Y lo demás, cómo se ve lo demás?
–Lo demás se ve más natural.
–Gracias, amigos, por su valiosa observación, pues en este caso corregiré lo que se ve más natural. Mi intención no es hacer una copia fiel de la naturaleza, sino como debiera ser, a mi entender, esta naturaleza».
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