Sólo el viento que silencia las esquinas blandas.

Hechizo de desnudas, hasta que el reloj queda entre la aguja, bajo sombra azul naranja, y las preguntas no vuelven en la tarde.

¿Preguntas?

A los muros sordos, a las estaciones, vacío que agrandaba los rincones de manías.

Allí, adobes de cal de nubes y de risas, espantaban a los pájaros de seda y de arenilla, con olor de claustro solitario, guardado como flor de Monalisa hasta el insomnio, subiendo escalinatas que bajan al ocaso frío; escalinatas donde ellas se dieron su locura en trece besos secretos, mientras tras el vidrio de los ventanales sonaba, lejos, una canción en re bemol alucinada.

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