
De buenas, decimos los colombianos cuando a alguien le va bien. Y ahora que aplico este eufemismo al apóstol escogido por el Jesús de los evangelios, no lo hago con reserva mental como sugerían los escolásticos. Lo digo de verdad.
Judas, ese enigmático personaje hebreo sin solideo, pero con la sonrisa guardada en la comisura, pensando en el negocio, es un personaje famoso. Afortunado.
Han pasado los siglos como la arena del desierto y de las playas y los vientos del Olvido no han logrado borrar ni su imagen ni sus acciones.
De buenas, porque el Maestro lo seleccionó entre muchos para difundir su palabra y su memoria. Jesús, el gran psicólogo, el sabio que confundió a los escribas a los siete años de edad, el que justificó a la adúltera, el profeta que leía el futuro, lo escogió como lo mejor del rebaño ignoto para sumarlo a su séquito inmortal. Nunca lo segregó en vida y lo mantuvo en los cenáculos diarios al partir el pan de la mañana, al comer el pescado sacado en red del Tiberíades y al elevar sus ojos en las horas de hablar con su padre.
De buenas, porque ninguno de sus colegas de ministerio lo contradicen ni lo nombran ni los evangelistas lo condenan por fallar en alguna de las tareas que su líder espiritual les encomendaba. Su fama conservó el bajo perfil y la humildad que luego la iglesia sugeriría a quien hiciera parte del redil. A nadie se le pudo ocurrir que Judas llevara una línea de conducta rara y fuera a finalizar como en efecto sucedió. Judas jamás en vida de Jesús tuvo un una reprimenda ni pública ni privada por parte de su jefe. En el equipo de trabajo él fue una hormiga más.
De buenas, por haber recibido de manos de algún informante mercenario la paga por la primicia sobre el lugar y la hora en donde se encontraba su maestro. Judas no tenía la facultad de la mirada profética para prever el mal uso de la información que suministraba. Cuántos ciegos fueron llevados de la mano hasta su presencia, paralíticos llegaron en andas a pedir su favor y hasta una mujer enferma de flujo de puerperio se deslizó en secreto para tocarle su túnica en secreto. De seguro que otros apóstoles también recibían el pago por llevarlos hasta él, como es la santa costumbre que ha llegado hasta nosotros. ¿Cuánta limosna y cuántos diezmos no se reciben en los templos de parroquia?
Judas, el de Ishkar, no tenía un prontuario, no tenía antecedentes, fue uno de los fieles y así sobrevivió hasta que alguien o algunos lo convirtieron en el chivo expiatorio por recibir el doble del diezmo requerido por prestar el servicio cotidiano.
De malas, sí, por fin, Judas. Se autocondenó porque no encontró para él una constitución política que lo tutelara por las miradas y las quejas que lo hicieron cargar con el complejo de culpa que lo llevó a las leñas del suicidio. De ahí en adelante, para bien o para mal, injustamente, las generaciones han satanizado su nombre y le han imputado con Astete el pecado mortal de pensamiento y obra de la traición. ¿Hasta él no llegó la mirada muerta de perdón de su maestro?
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