
HUIDOBRO Y ALTAZOR

Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.
Amo la noche, sombrero de todos los días.
La noche, la noche del día, del día al día siguiente.
Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer.
Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.
Fragm. de Altazor, Prefacio
Huidobro empieza por ¡huy! y es peso pesado autoproclamado en la poesía chilena y castellana. Se atrevió a maldecir los cantos de su carnal Neruda y de la inocencia del ibérico Lorca. Su frase – lapidaria – fue un insulto sin que ellos pudieran responder: su Poesía eran unos cantos para que los leyeran las tontas mujeres americanas. Para él la Poesía en América y Castilla nacía con él.
Cuando oí en una conferencia del poeta Milton Fabián Solano tal afirmación, sin recato, sobre esos dos poetas que han llenado escuelas y colegios aquí y allá, moví confuso la cabeza. Precisamente esos dos poetas son los más frecuentados en las clases de poesía en escuelas y colegios por parte de los profesores de literatura.
Me quedé pensando y pasé, como en un paneo, la mirada por esas clases y autores a que aludía Huidobro.
Tenía mucho de verdad. Para muchos profesores, -y para sus estudiantes u oyentes- esas fueron las grandes lecciones, por no decir las únicas, que recibíamos de fuera sobre poetas modelos de buena poesía. De resto, en Colombia, con contadas excepciones, solo se enseñaba poesía con tales dos autores extranjeros, tal vez mezclados con Baudelaire, y otros malditos, como para seguir escondiéndolos.
¿Qué cuál es el contenido principal de aquellos dos autores? ¿Con qué sedimento o base quedaba el estudiante y aprendiz de poeta para nutrirse? El amor, la cadencia, la medida, los colores y las preguntas. La poesía de estos dos grandes modelos fue, sin mucha duda, la guía para que nuestros subsiguientes vates empezaran a reproducir su estilo.
Si vuelvo la cara al pasado y me veo sentado en las bancas de la escuela y los pupitres del colegio, los poetas mayores nacionales -no había menores todavía- que se proponían como lecturas, eran Rafael Pombo con sus fábulas y, de pronto, se pasaba por encima de La Hora de Tinieblas, De noche, Decíamos ayer y Elvira Tracy, José Asunción Silva con el Nocturno I, Vejeces, Los Maderos de San Juan y José Eustasio Rivera con Los Potros y La Paloma Torcaz.
De su lectura quedaban en la memoria sus títulos y la melodía o sonsonete. Se hacía más hincapié en la rima y la medida. Y esos fueron los grandes criterios para enseñar qué era poesía y así aprendimos a enhebrar y cometer algunos versos. Por supuesto que también se leía poesía clásica. A Santa Teresa de Jesús y Juan de la Cruz y Fray Luis de León. Y, de pronto, se nombraban a Homero y a Virgilio. Pero no eran los modelos a seguir, como tampoco los malditos. No era comida para bocas y oídos desacostumbrados a manjares fuertes y pesados.
Hablo de lo que sucedía hasta en la década del 50 del siglo pasado y creo todavía en muchos planteles educativos. No sé por qué las hadas o corsé de la métrica y la rima duraron tantos años para imitar en la confección de poesía. Se prefiere la comida liviana. No se busca la comida de allende los mares y el embate de la dificultad y la tormenta.
04-05-18 10.15 a.m.
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