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Hispanohablantes contumaces y soberbios; y algunos también con disfunciones cerebrales
El lunes 18 junio, 2012 a las 12:49 pm
Por Jairo Cala Otero
Redactar un texto es todo un arte. Implica conocer la gramática básica, primero; y, luego, ahondar en su aplicación y en la actualización de su cambiante normativa. De tal modo, se estará siempre a tono o actualizado con el devenir del idioma. Porque él, como muchas cosas del mundo, también cambia constantemente.
No extraña que muchos hispanohablantes no dominen el uso del español. No extraña porque el problema radica en su descuido para conocerlo, y aprender sus múltiples usos. De allí que existan graves dificultades entre millares de personas para comunicar acertadamente lo que quieren decir; hay quienes tienen maravillosas ideas que les bullen en sus cerebros, pero no saben cómo manifestarlas de manera oral o escrita. Es, entonces, cuando el no haber puesto interés en su propio idioma se convierte en una especie de tortura o de calvario. ¿Quiénes son los culpables? ¡Ellos mismos, por supuesto!
Se sabe de profesionales (con cartón extendido por universidades) que se atragantan al hablar, porque no saben construir correctamente oraciones gramaticales; o porque carecen de léxico, o porque tienen programados sus cerebros para repetir expresiones coloquiales, pero no las del lenguaje esmerado y culto. Lo mismo les pasa cuando intentan escribir, aun cuando sea una simple carta.
Sé de quienes han acudido a expertos para que en dos días les «llenen» sus testas con conocimientos de gramática española, porque tienen que presentar un examen de admisión para adelantar una Maestría o una especialización académica. Es algo así como la búsqueda de un «bombero» que apague el incendio que ellos mismos provocaron con su falta de comunicación eficaz, porque creyeron que aprender a escribir y hablar bien no era esencial. Sé también de muchos que, a pocos días de haber presentado el susodicho examen, quedaron «con la cara larga» de frustración, ¡porque se rajaron! Tal como les sucede a los niños de escuela con malos hábitos de estudio.
La contumacia y la soberbia carcomen a muchos por dentro. No admiten que cometen errores al hablar y escribir. Y se enojan cuando alguien que sabe, los corrige. Esos dos «enemigos» son demonios inútiles y estorbosos, pero ellos –los contumaces y soberbios- los alimentan a diario. Pero más grave aún es que no hagan nada por superar esa barrera de comunicación, lo cual significaría superarse a sí mismos.
He registrado muchas anécdotas, desde que adelanto mi cruzada por el uso correcto del español por las autopistas del ciberespacio. La más común es la de «profesionales de cartón» que acuden a mis servicios, luego de intentar la redacción de algún documento esencial en sus trabajos. Por más vueltas y revueltas que les dan, no logran consolidarlo. ¡Naturalmente! Les falta lo básico: conocer la gramática, la estructura de las oraciones, los componentes gramaticales; saber aplicar los signos de puntuación; dominar la sintaxis, las concordancias de género y número; y eliminar las redundancias y la repetición de errores de otros.
«Hacía tiempo quería escribirle, hoy me atrevo con mucho temor, porque con usted le toca a uno tener cuidado», escribió alguien un día a una de mis cuentas electrónicas de correo. Me sentí halagado, en verdad; pero, al mismo tiempo, sentí rubor. Que alguna gente me tome por un despiadado, presto a lanzarse con espada sobre algún prójimo porque no tenga talento para escribir, no me hace sentir orgulloso, por supuesto. He tenido que aclarar varias veces que mis correcciones -si hay lugar para hacerlas- llevan la impronta del amor, la consideración y el respeto por mis semejantes. Porque, además, ¡yo también soy imperfecto!
Ahora bien. No me aparto de otra realidad. No todas las personas con dificultades en la escritura y el lenguaje oral lo hacen adrede, o sus deslices responden a desconocimiento del idioma. Hay quienes padecen disfunciones cerebrales que les impiden entender, aprehender y asimilar los conocimientos en la materia; aunque estén empeñados en estudiar Lengua Española, hay quienes se enfrentan a esos aprietos. Como existen quienes sufren lo mismo frente a la Astronomía, la Filosofía, la Geometría, el Álgebra, la Biología u otras ciencias.
Por esa simple razón escuchamos expresiones como: «Para usted es fácil aprender español, para mí es un tormento»; «Por más que leo, no comprendo nada»; «Yo, para el español, soy una ‘madre’; siempre lo he sido desde la escuela», y otras de corte similar. Comprensible una situación tal. Y lamentable. No queda más que aconsejarles acudir a expertos en ese tipo de disfunciones de la masa cerebral. Solo con un buen tratamiento, ese escollo comunicacional podrá superarse.
Y cuando ello haya sucedido, entonces sí hay que apasionarse moderadamente. La pasión debe moderarse, porque si no se vuelve fanatismo, y este es un desbordamiento del todo; hace que se tergiverse aquello que se quiere seguir.
¡Hasta pronto!
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Preguntan los lectores
¿Doble u, o cómo se dice?
Desde que apareció Internet en nuestro entorno, en los medios periodísticos y publicitarios no cesan de decir «doble u» para referirse a la letra con la que se escribe Washington. Tengo la duda de que esa letra pueda llamarse «doble u». ¿Me podrìa usted sacar de la duda, don Jairo?
Laura Milena González
Medellín
Respuesta
Con mucho gusto, Laura Milena. Justamente, acabo de recibir un valioso documento, emanado de la Real Academia Española -RAE-, en el que se aborda ese asunto. Transcribo, tanto para ti como para el resto de mis lectores, la parte sustantiva:
‘En el Diccionario panhispánico de dudas (2005), se enmendó una omisión involuntaria que quedó plasmada en el Diccionario de la Real Academia Española. La letra W es la vigésimosexta del abecedario español y vigésimotercera del orden latino internacional. Su nombre es femenino: la uve doble. En América existen otras denominaciones, como ve doble, doble ve y, en México y algunos países de Centroamérica, doble u, por calco del nombre inglés de esta letra (double u). Su plural es, según los casos, uves dobles, ves dobles, dobles ves o dobles úes.
Sigue a Proclama en Google News ‘Puesto que el nombre recomendado para la letra v es uve, la denominación más recomendable para la letra W es uve doble’.
Como podemos notar, seguir llamando doble u a la letra W no solo es un error, sino una mala copia del inglés. ¿Hablamos inglés, o hablamos español?
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Siglas y palabras graves con tilde
Édgar Aroca Campo, periodista guajiro radicado en Villavicencio, pregunta:
Estoy escribiendo las siglas en mayúscula. ¿Está bien? Ejemplo: Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), no Farc; o Universidad del Meta (UNIMETA), no Unimeta.
Además, ¿Edgar es sin tilde, o con tilde?
Respuesta
1. Todas las siglas se escriben con mayúsculas (aun si se trata de nombres de grupos clandestinos, como FARC, ELN, etcétera).
Excepción: Si además de siglas son acrónimos y pasan de cuatro letras, se escribe solamente la inicial en mayúscula y las demás letras y vocales en minúscula.
Acrónimo es la sigla que resulta de unir las primeras sílabas de un nombre largo, como: Caracol: Cadena radial colombiana; Unimeta: Universidad del Meta; Ecopetrol: Empresa Colombiana de Petróleos.
2. Édgar debe llevar tilde en la e porque es una palabra grave. El acento recae sobre la penúltima sílaba (la primera de izquierda a derecha).
Recordemos que hay palabras graves con tilde y palabras graves sin tilde. Las primeras, la llevan si terminan en consonantes distintas a N o S, o vocal. (Lápiz, árbol, ángel…). Las segundas, no la llevan si terminan en N, S o vocal. (Cala, rosas, Benito, carro…).
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Nota del director:
Por considerarlo de suma importancia, en estos tiempos en que se confunde sexo con gramática, reproduzco un fragmento de una entrevista con Víctor García de la Concha, exdirector de la RAE, publicada en un portal español:
—¿Y usted qué piensa cuando una ministra dice miembra?
—La lengua evoluciona, pero de acuerdo con unas reglas que responden al sistema. El miembra latino podría haber dado miembras, pero no lo ha hecho. Es una exageración del principio de visibilidad femenina. Allí se confunden la lengua y las ideas. En español hay bueno/buena, listo/lista, pero en otros casos no.
—¿Qué le parece hablar por duplicado, decir «compañeros y compañeras», «ciudadanos y ciudadanas»?
—Sentar esa explicitación como una norma general nos llevaría a cosas ridículas, como decir «voy a cenar con mis hijos y mis hijas, que están en casa con mis nietos y mis nietas». Eso va contra un principio esencial, como es la economía lingüística: decir lo máximo con los mínimos elementos posibles. Un político tampoco lo desarrolla completamente en un discurso; empieza explicitando, pero luego ya no, porque es contra natura.
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