De: Mario Pachajoa Burbano
Amigos:
Gustavo Álvarez Gardeazabal, escritor, crítico literario, periodista y político, nacido el 31 de octubre de 1945 en Tuluá, Valle del Cauca, ofreció hace unos días una conferencia en el Paraninfo de la Universidad del Cauca. Jaime Vejarano Varona comenta la presentación de Álvarez Gardeazabal en la nota que transcribimos a continuación.
Nuestros agradecimientos para Jaime por facilitarnos el texto de sus observaciones.
Cordialmente.
“Inolvidable” CONFERENCIA DE GARDEAZABAL
Por: Jaime Vejarano Varona
Popayán. Diciembre 2008.Desconcertante, es el menor calificativo que mereció, para mí y para varios más, una conferencia dictada en el Paraninfo de la Universidad del Cauca por el escritor Álvarez Gardeazábal o, simplemente, Gardeazábal como se lo denomina en los círculos literarios al autor de “Cóndores no entierran todos los días”.
Siempre se nos enseñó, por quienes preservan el idioma, que no se debe decir “sentarse en la mesa” sino “a la mesa”. Pero este peripatético intelectual se atrevió, literalmente, a sentarse “en la mesa” que preside el Aula Máxima, sin el menor respeto ni consideración por el recinto o la concurrencia, para subrayar la indelicadeza de sus “herejías” como él llamó a su dialéctica, bamboleando al aire sus pies como cualquier niño travieso y mal educado, para abrir el foro después de haber sentado su tafanario por más de una hora sobre la historia y los valores de la patria.
Nos repitió hasta el cansancio la fábula de “la pobre viejecita”, Colombia, como paupérrima, menesterosa y harapienta, según él, sin reconocer que tiene dos extensas costas sobre los principales océanos, tres exuberantes cordilleras, un subsuelo preñado por la naturaleza de esmeraldas, carbón, petróleo, sal marina, platino y oro, y de una riqueza hídrica y forestal que bien se la desearan no solo nuestros países vecinos sino, por cierto, muchos otros en cualquier parte del planeta.
Nos habló de cómo Bolívar fue infecundo como procreador generacional, pero de paso olvidó que fue el glorioso Padre de cinco repúblicas; y aseveró, cínicamente, que su única ambición fue ceñirse una corona, omitiendo que fue quien dijo: “Prefiero el título de buen ciudadano al de Libertador”.
A Santander lo dejó en la penosa y mezquina posición de cobrar los veinte mil pesos que invirtió en la campaña libertadora exigiendo a cambio , como compensación, se le cancelara esa deuda con la “Hacienda Hatogrande”; pero desconoció los méritos que le signaron como hombre de la juridicidad, ese que proclamó: “Si las armas os dieron la independencia, las leyes os darán la libertad”.
Nos confundió, o trató de hacerlo, diciendo que los negros esclavos fueron traídos para “abonar la tierra”, cuando su oficio fue específicamente el del laboreo de las minas, que ellos podían soportar por su contextura física, no así nuestros endebles indígenas.
Salvo el General Mosquera, quien ejerció la Presidencia por cuatro veces, una con mérito patriótico y origen democrático, otra en forma abusiva del poder que desterró a los ilustres educadores jesuitas e incautó arbitrariamente los bienes de la comunidades religiosas; y las otras dos veces por usurpación, el expositor dejó a Colombia huérfana de valores humanos y de líderes históricos, negando a personalidades tan significativas como Torres, Caldas, José Hilario López y Obando, para sólo nombrar a cuatro de nuestros coterráneos.
Despreció olímpicamente el orador a todas las regiones colombianas, llenándolas de oprobios y denuestos: los costeños, unos zánganos; los pastusos, absurdos; los andinos, buscadores de guacas; los paisas y los habitantes de valles intercordilleranos, unos aventureros; y los caucanos unos egocéntricos feudalistas, como si no lo hubiéramos dado todo por la patria, según lo reconoció expresamente Bolívar en carta a Santander, pidiéndole una compensación por los sacrificios hechos por nuestra tierra en aras de la libertad.
Nos dijo que a Colombia se nos había quedado debiendo otro “nueve de abril” para completar las gestas de la independencia y que no habíamos sido capaces de implantar una dictadura como forma redentora, a su parecer, frente a la impúdica democracia.
Qué no dijo de improperios el señor Gardeazábal en las que él llamó orgullosamente sus herejías?
Ese discurso no merecía la ovación que generosamente le regaló, sí, le regaló una concurrencia seducida irreflexivamente por la audacia histriónica de este showman de la moderna intelectualidad y que, al parecer, al arrullo de su gran elocuencia, a tiempo que tragaba entero lo que escuchaba, no captó la serie de despropósitos que dijo el orador. Es que el sonido de la música no les dejó entender el sentido de la letra.
Menos mal que, como las mías, hubo otras manos vírgenes de aplausos, porque no nos dejamos embaucar inocentemente por la rimbombancia de su avasalladora disertación.
Después de semejante diatriba contra todo y contra todos, solo nos quedó una incógnita: ¿Quedan –según él- valores nobles y personas decentes en nuestra tierra colombiana?
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