
Frío, sol y calor

Desde este sol y este calor -del bueno-, reinicio la tarea que siempre he querido y practicado: la costumbre de escribir sobre la actualidad. Hoy empiezo a «calentar motores», con un tema obvio, pues estamos en Cali, caliente y feraz, amable y alegre.
Nombrar el sol -aquí-, es darle relieve a lo propio de esta porción del país que es el Valle del Cauca, con su porción de costa pacífica, muy junto a Buenaventura. Vivo aquí ya hace unos 20 años y me siento en casa, aunque nací junto la Laguna de Fúquene, en Guachetá, población tranquila y de clima con bastante frío. Allí fueron maestros de escuela mi madre Blanca Rosa Monroy y mi padre José Leopoldo. También vivimos en Susa, junto a la Laguna de Fúquene, en Choachí, en donde una niñita, Carmen Rosa, me perseguía como novia y alguna vez me tiró por la ventana un regalo que yo no le quise recibir. La desanimé y nunca más la volví a ver.
Ya entrado en años fuí con mi padre a re-conocer al pueblo que me vio nacer. El día que me acompañó, el frío «calaba hasta los huesos y los tuétanos». No hicimos más que pararnos en una esquina de arriba, entrar a una tienda y beber una cerveza para calentar el estómago. Los pocos transeúntes nos veían y a algunos les contamos por qué estábamos allí junto a la iglesia y la alcaldía. La cerveza aumentó el frío porque llegó hasta el centro del interior del cuerpo y nos cayó como un costalado de helado. Pero lo hicimos para celebrar que estábamos pisando la propia cuna y probar lo que es «El sabor de la tierruca«, como tituló su libro el español José María Pereda. Tomamos una cerveza con pan porque no encontramos almuerzo ni restaurante que lo ofreciera. Nos tocó regresar y tomar el almuerzo en la población cercana de Ubaté, cabecera de esa Provincia.
Hoy, estoy en medio de calor y sudores. Después de haber vivido tantos años en Bosa, Zipaquirá y Manizales, -todos lugares de clima frío-, he venido a vivir en Cali, ciudad calurosa y alegre.
Bosa era un municipio pequeño, acogedor, escondido, muy cercano a Bogotá. Obvio que Bogotá la anexara cuando se convirtió en Distrito Capital. Bosa era reconocida por su Iglesia con el padre español Mugira, su alcaldía, el Colegio El Libertador y el Seminario Claretiano. En el Colegio El Libertador con su rector y dueño, el señor Hidalgo me desligué bastante de mi «casa» y familia. El Padre Efrén María Beltrán conversó con mi padre y lo convenció de que yo entrara al Seminario y le ofreció que me conseguiría una beca para que a él le alcanzara su sueldo.
Allí formé mi grupo, pues no era bien mirado que alguien anduviera en dúo. Le tenían miedo a «las relaciones particulares». Por el peligro de que se convirtieran en amistades íntimas y pecaminosas. Yo era el «jefe de la patota». Andábamos juntos en los recreos y en los paseos a pie que organizábamos al cerro del Chevá o al Salto de Tequendama, a Chía o a Sasaima… sitio de nuestro «veraneo» a fin de año.
Aahh! Qué de paz en estos años, de sueños, de comienzo de la juventud y nueva vida…Cómo se ocultan tras sombras y luces fatuas. La Vida sigue y la historia no se repite. Todo pasa y comienza otra novela. Porque así se vive en este mundo y la historia no se repite: Sigue funcionando con el mismo protagonista y personajes que se añaden.
Cali llegó a servir de telón de fondo y escenario renovado con luces y sombras para seguir la comedia. No es drama porque mi Vida ha tenido los cambios que las necesidades fueron exigiendo. Todo lo he tomado sin traumas y sin volver la mirada atrás. Lo pasado allá se quedó.
Pasaron años y se acabó el siglo 20. Y el mundo sigue tal cual. Las costumbres de comer y cantar, trabajar y dormir no han cambiado. El estudio, los viajes, el buen vino y la mentira siguen a la orden del día.
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