
EXHUMAR A DON QUIJOTE EN POPAYÁN / Por Leopoldo de Quevedo y Monroy

Imagen: http://bit.ly/2zb0pXo
XII
Dicen que en Popayán reposa, al canto
del robledal en paz y el cielo en guerra.
Que no es materia oscura del espanto
sino habitante negro de la tierra.
Dicen que remozada con el llanto
del Cauca, su osamenta se destierra
y vuelve como zumo de quebranto
hecha a las desnudeces de la sierra.
Que como en trasvasado mediodía
vamos en pos de su monomanía
fieles al mar, conscientes del cilicio.
Piedra sillar para el que cante o sueñe
tu rosa de los vientos nos enseñe
este oficio de ser que es duro oficio.
Gloria Cepeda Vargas. De su libro: De la vida y el sueño.26-05-07
He leído y releído de Mateo Mala-hora* – en Proclama del Cauca, el diario que aloja mis desvaríos -, una crónica que hila perfectamente con el halo de culta que se pregona de la Ciudad Blanca. «En Popayán se deberían exhumar los restos del Hidalgo de la Mancha» barruntó la activista internacional contra las dictaduras Pepa Belmonte cuando encontró en una de las paredes del Pueblito Patojo «un epitafio que hacía mención a los restos del manchego«.
Ella había recorrido América en busca del arraigo cultural que Don Quijote tenía en estos lares donde florece su lengua. Y así tenía el pretexto de clamar en serio y acorde con el mito y la leyenda porque se inhumaran esos restos que se decían existir en la ciudad sellada con vestigios de noble y serena ciudad dominada por Castilla y Aragón.
No había cabalgado por aquí en persona, claro está, pero sus manes reinan por construcciones, puentes, calles empedradas, hoteles que semejan las pensiones y ventas de aquellas épocas que iluminó el ilustre batallador y desfacedor de entuertos y querellas. Habría que inhumar sus restos y llevarlos en andas como a un héroe nacional o a un tribuno honesto y valeroso como que destruyó ejércitos de rueda y vientos.
Algo de sus genes, algo de su nobleza y osadía quedarían en esos restos o cenizas envejecidas ya, que nos ayudaran a restituir el espíritu del Manchego impoluto y nos hiciera volver a cobrar ánimos para levantar la cabeza y hacer frente a las dificultades para conseguir el decoro, el trabajo honesto. Y la dignidad de ser hombres y no bestias o viles instrumentos aptos para la violencia y la indolencia.
Valdría, pues, sacar de la urna sobre la que reinaba el epitafio, cualquier polvillo blanco o cenizo, que hubiera podido salir de la cabeza, tronco o extremidades, -si no del corazón o cualquier otro órgano más cercano al cerebro o a la boca o lengua, madres del buen decir-.
¡Qué no diéramos por saber que allí podríamos encontrar remedio grande para nuestros males heredados de sayones, ladrones, piratas, y tantos otros salidos de las cárceles cuando llegó Colón a estas tierras! Aquí, en nuestro territorio reinaban inocentes indígenas que adoraban montes, piedras, lagunas y protegían el paisaje agreste y le rendían culto a la Naturaleza.
Poderosos señores, como los señaló Quevedo, que amaban el oro, llegaron sobre caballos con sables y poderes reales. No venían a una Isla llamada Barataria. No. Llegaban al centro del Dorado y le rendirían culto a la cacería humana, el despojo de sus selvas, ríos, fauna y flora. Olvidarían el ejemplo que había predicado el ingenioso Hidalgo luchando contra la Quimera de la riqueza y el amor por Dulcinea, su mujer ideal y las campiñas por las que corrió en Rocinante en compañía de su fiel Escudero.
Porque de él solo nos queda el recuerdo del «Caballero de la triste figura», no su espíritu caballeroso ni el «duro oficio de ser».
08-10-17 6:30 p.m.
* https://www.proclamadelcauca.com/2017/09/exhumar-don-quijote.html
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