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EXCESO DE ATENCIÓN

El sábado 26 abril, 2008 a las 9:56 pm

Por Mauricio Arboleda

Hay un filme que cuenta la leyenda británica del mago Merlín de modo muy particular. En esta historia existe una bruja malvada que atemoriza a toda una región, que lanza su furia en contra de los protagonistas, que odia a los seres vivos a no ser que asuman con mansedumbre que ella es su reina, desprecia todo valor y todo indicio de bondad, busca la perpetuidad de su nombre a través de la villanía y es capaz de las más infames artimañas incluso por encima de quienes fielmente le sirven.

No sé por qué, pero me recuerda cierto gobernante vecino, testarudo él, que no cree en más ley que su propia voluntad, mezquino en la razón.

Resulta pues que, finalmente, los héroes de la leyenda descubren la fuente de energía que crece a diario y hace más fuerte a la despiadada antagonista son ellos mismos, son sus temores, su preocupación, su expectación. La hechicera se alimentaba de toda la atención que el pueblo le brindaba, porque todo el día le pensaban, todo el día le temían.

El final no podía ser otro. La gente contrarrestó el mal dándole la espalda al miedo (no al problema). La actitud displicente frente a sus amenazas y la renuncia colectiva a su papel de víctimas temblorosas, finalmente se impuso. Agónica, la bruja reclamaba su atención, vociferaba más amenazas y se retorcía en su odio.

No sé por qué, pero me sigue recordando a cierto vecino, pantallero él, autoproclamado redentor de la estirpe latina, dizque protector del pueblo, no más grande su boca que su ego.

Y finalmente cabe preguntarse ¿Será que le damos demasiada importancia? De haberse contado la historia de Merlín en un contexto más moderno, estoy seguro de que al pobre le hubiese tocado aguantarse programas televisivos de cinco horas (o más) con la hechicera pregonando su reinado de terror, fuera del tiempo que le dedicaran los noticieros y la prensa extranjera.

Este tipo de personajes vive, como los culebreros, de la verborrea y, como los culebreros, existe porque existen personas que le prestan atención a sus patrañas, que le hacen ruedo cuando pretende ser semejante entre el pueblo con todo su circo y su alegórico parlamento. Y me contesto la pregunta: sí, sí le damos demasiada importancia, y el problema es que nuestros vecinos también se convirtieron en ese despistado transeúnte que corre cada vez que asoma una roja nariz de pimpón.

La insinuación no es entonces a negarse al problema, ni desconocer que cosas graves podrían ocurrir. Se trata más bien de ignorar los insultos, de vivir nuestra vida así nos quieran decir cómo vivirla, de esquivar el agravio y no responder con una nueva afrenta. Tenemos mucho de qué ocuparnos y preocuparnos como para seguirle la corriente al show diario de los medios de comunicación que, con su perdón, le están dando a la bruja lo que quiere.

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