

Estreno de año
Por: Leopoldo de Quevedo y Monroy
Van pasando los días y el año empieza a abultar su fardo a la espalda. Lo imagino como un gigante con su costal de días a la espalda, fresco y risueño porque unos días no le pesan. Son nueve días. Una novena se la aguantan veinte señoras en la sala rezando una novena. Eso es fácil porque más de una novena… ya la cosa cambia.
¿Qué ha pasado en el mundo, en América, en Colombia?, nada que haga cambiar el mundo. Al menos eso piensa uno metido aquí en el eremo de estos días, – al parecer inocuos, perezosos -, sin mucho que haga sentarse y meditar allá, en la consciencia.
Todos los años parecen empezar así. La gente ha viajado a visitar a sus familiares, dentro y fuera del país. Ya muchos han regresado a sus bases ordinarias. A seguir el curso de los días y a ocuparse en labores de trabajo remunerado o caseros.
Quienes inventaron el calendario y empezaron la costumbre de subdividir el tiempo en años, semanas y días fueron unos sabios, muy sabios. Ellos se pusieron en la tarea de dedicarlos a los dioses visibles e invisibles. A la Luna, a Marte, a Mercurio, a Júpiter, a Venus y a Saturno. Y el primer día de la semana fue dedicado al Dominus, o Señor Dios del Universo.
Sería inaguantable para una sociedad mercantilista como la que nos preside en el ancho mundo, que los días no tuvieran nombre y fueran llamados con Primus, alter, tertius, quatuor, quintus, sextus y septimus. En resumen, fue una idea luminosa haberle puesto los nombres que hoy día acepta casi todo el mundo. Y en esto somos herederos de los latinos porque los meses podrían haberse llamado con nombres griegos o fenicios o arábigos.
En este primer mes del año también lo llamamos Januarius, y los siguientes Februarius, Martis, Aprilis, Maius, Iunius, Iulius, Augustus, Septembri, Octobri, Novembri, Decembri. Se nota la influencia de la civilización romana de Julio César y Augusto.
Podría decirse que estos nombres son «paganos», irreligiosos y que al comienzo no tuvieron mucha aceptación. Ya hoy las culturas de Oriente, África, Europa y América los aceptan sin reparar en su procedencia semirreligiosa o colonizadora.
En efecto, los días son un recuerdo de las creencias de los pueblos que las impusieron. Nada menos que eran los nombres de dioses o lumbreras del cielo que alumbraban los días y períodos en los que vivían y veían a los lejos y de emperadores que dejaron el esplendor de sus mandatos en la posteridad.
Nunca fue considerado un pecado o un despropósito dedicarle tales nombres de seres celestes con figuras animalescas e inocuas a los días y meses. En todas las épocas y regiones estamos nombrando a estos dioses que vivimos día y noche en nuestra efímera existencia.
Al amanecer o anochecer, en la tierra de Mahoma o de Jesús o de César citarse un martes o un viernes para un negocio no es un mal augurio.
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