
¿Estaba loco Tomás Cipriano de Mosquera?
Para GABRIEL GARCIA MARQUEZ, así lo afirma de manera contundente en una de sus cartas: “Don Tomás estaba completamente loco”.
Difícil poder indagar ahora, que contenidos y que significados podría tener en el concepto de locura utilizado por Gabo. los elementos a los que recurre para categorizar y en parte para satanizar la figura, sin duda algo estrafalaria y muchas veces bastante desquiciada, de nuestro sonoro y problemático personaje histórico.
No creo que se trate de una de una definición psiquiátrica o psicológica en el sentido clínico de los conceptos; pues sobre la locura ninguna de las supuestas ciencias del hombre, ha podido elaborar una teoría, o al menos una definición, que tenga legitimidad o que se pueda considerar preñada de plena certidumbre.
En mi novela “EL DEMENTE EXQUISITO”, el solo título de la misma, induce a suponer, que yo participo o comulgo con esa posibilidad de considerar a Don Tomas Cipriano, bajo la equivoca e imprecisa noción con la cual se designa la locura o la demencia.
La “locura”, en mi concepto y, en el sentido que pretendí darle en relación con el general Mosquera en mi novela histórico-biográfica, es una noción no tiene ninguna carga peyorativa o mucho menos denigrante, es más, es una referencia que termina por ser exaltante y hasta enaltecedora; pues soy de los que pienso, y lo he escrito muchas veces, que para merecer la LUCIDEZ hay que perder la razón.
En su vida y en el despliegue de mi novela, fundamentalmente entro a considerar que nuestro general, como a un hombre altamente diferenciado, tanto de sus contemporáneos, de sus paisanos y hasta de su propia época y de su propio tiempo. Ser diferente a los miembros de la “manada”, por lo general siempre acarrea consecuencias e incomprensiones de diverso orden. Y lo era mucho más en el Popayán de aquellos años, donde prevalecía una “normalidad” bastante mezquina y pacata. Donde reinaba una cultura del simulacro alienada en el culto ridículo y fetichista por unos valores orientados a negar la autenticidad en la vida humana.
Mosquera transgredió desde temprana edad esa cultura familiar y social edificada sobre la moral de las falsas apariencias, sobre la simulación. En una palabra, nunca PERTENECIÓ AL REBAÑO. Y como toda comunión hace común, su insolente y hasta turbulenta personalidad no le permitió ser exponente de esa comunidad. Se apartó de normas y costumbres que condicionaban la individualidad y la libertad personal, esto era algo que se consideraban ambiciones sacrílegas.
El estado de presumible “normalidad” que le imponía su tiempo y su medio, no logró someterlo del todo, parecía no poder vivir su vida en concordancia con los valores establecidos. Fue un trasgresor de muchas cosas.
A lo largo de mi extensa novela, he reflexionado acerca de la posible “música de fondo” que estimuló esa pasión de libertad personal a la que se entregaron no muchos personajes de la época. Bolívar también, por supuesto, está entre ellos.
Es de señalar que en dicha época y entre nosotros, se desconoce propiamente la categoría histórica de individuo. Se nacía perteneciendo a un clan, a una familia, a una religión, a una ciudad o a otras entidades represoras y reguladoras que definían los comportamientos. Arrancarse de eso exigía una lucha y una conquista para alcanzar la libertad personal, el derecho a poder ser uno mismo. Especie de épica existencial que pocos intentaron. Quienes lograron esa hasta entonces casi desconocida y maravillosa conquista, de manera casi inexorable conquistaron también la diferencia y la diferencia mental y existencial frente a los otros.
No hay que olvidar que se Vivian tiempos Napoleónicos, arquetipo máximo de ese desafiante proceso, donde los personajes asumen el desafío casi dionisiaco y hasta anarquizante de rescatar e instaurar el YO personal de entre las miserias fariseas de una moral de fachada y de ocultadoras potencialidades de la vida. Fueron tiempos de huir del rebaño; de las dictaduras que sobre la conciencia personal y colectiva imponía una cultura que nunca había explorado ni recorrido los nuevos caminos de probable libertad que traían en su menú los primeros atisbos de la modernidad que instauró la revolución francesa, cuyo influjo magnético se proyectó en todos los ámbitos de la vida humana. Casi un anticipo de las vislumbres, que posteriormente señalaría el filósofo Nietzsche, en su delirante proyecto de soñar un hombre nuevo.
La locura supuesta de nuestro “mascachochas” es más comprensible y más literaria si la entendemos dentro de ese contexto histórico, dentro de esa gran marea de cambio espiritual y mental que estaba alterando y modificando todas las estructuras del antiguo mundo que venía del pasado.
Deja Una Respuesta