
Foto: Fundación Mapfre
Entre la náusea y la angustia
Al desnaturalizarse los partidos políticos, dejaron de ser abanderados de la libertad, el orden y la justicia social, carentes de preceptos filosóficos para sustentar sus reivindicaciones. Renunciaron a ser colectividades de opinión, que generaban convenciones internas para someter sus mejores candidatos al escrutinio público; ahora, son empresas electoreras, mercaderes de avales sin identidad programáticas ni adhesiones doctrinales, para degenerar su estructura en una caterva de cómplices, cuyo interés no es convencer a la gente, sino pagar encubridores para defraudar el patrimonio público.
Algunos gobernantes renunciaron a su grandeza al confabularse con inversionistas mafiosos, abanderando acciones infames, tendientes a defraudar la confianza ciudadana, sobornando la institucionalidad con lideres de papel, falsos adalides de la paz, del honor y de la justicia social, para consolidar alianzas público privadas con negocios turbios encaminados a apalancar financieramente aspiraciones electorales.
Según el filósofo francés, Jean Paul Sartre, novelista y activista político: “La política es vivir entre la náusea y la angustia de bordear precipicios resbaladizos”. Entre la náusea, por que produce asco, dan ganas de vomitar, por sus prácticas corruptas y corrompidas, donde las instituciones públicas y privadas, son precipicios peligrosos, plagadas de corruptos, incluso con la protección prevaricadora de algunos jueces y magistrados hincados de rodillas ante el poder corrupto de las maquinarias políticas, olvidando que juraron estar al servicio de la Constitución y la Ley, para sancionar con penas ejemplares, principalmente a los llamados delincuentes de cuello blanco.
La corrupción produce desconfianza en los partidos políticos, en el congreso de la república, los concejos municipales, las asambleas departamentales, la fuerza pública, así como en los organismos de control fiscal, penal y disciplinario, en las alianzas público-privadas, hasta en los medios de comunicación que se venden para dar gala a los gobernantes a través de su poder mediático para atacar e insultar al inocente y defender al corrupto. Un poder tan invasivo donde no se escapa ni la iglesia; en un amaño entre el trono y el altar, en un contubernio de hordas perversamente poderosas que con fines protervos se adueñan del erario, sin que a muchos les importe que roben, sino que les permitan también robar.
Son delitos por corrupción el ejercicio arbitrario del servicio público, el abuso de autoridad, el uso ilícito de atribuciones y facultades, pago y recibo de coimas y sobornos, concusión, intimidación, ejercicio abusivo de funciones, tráfico de influencias, cohecho, peculado, compra de votos, el prevaricato, enriquecimiento ilícito, nepotismo, entre otros.
La política produce angustia cuando el elector, elige a los mismos, por lo mismo y con las mismas, o peor aún, engrosando el abstencionismo en un quemeimportismo, que nos hace actuar como convidados de piedra, evitando ser coaccionados por candidatos y partidos permeados por redes mafiosas. La corrupción causa pobreza, obstaculiza el desarrollo, genera inseguridad jurídica y desconfianza para la inversión, debilita los sistemas judiciales, destruye la democracia, justifica la guerra, la lucha de clases e instaura dictaduras con regímenes despóticos de corte anárquico y totalitario.
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