Sábado, 3 de junio de 2023. Última actualización: Hoy

Entre el verbo y el éxtasis

El viernes 31 marzo, 2023 a las 4:40 pm
Entre el verbo y el éxtasis
Entre el verbo y el éxtasis
Foto: Créditos al autor

Entre el verbo y el éxtasis

Donaldo Mendoza

Al cumplirse cuarenta años del terremoto que estuvo a segundos de desaparecer Popayán de la faz de la tierra, buscaba una imagen para describir cómo viví aquel momento. Hallé la analogía en una conversación telefónica con el docente, poeta/escritor y compositor vallenato José Atuesta Mindiola. En efecto, con la bionovela «Leandro Díaz» surgieron en la provincia vallenata innumerables anécdotas de este Homero del canto.

Dicen, quienes lo conocieron, que hablar con Leandro Díaz era como entrar en un momento místico, porque todo en él reflejaba serenidad y sus palabras eran manantial de elemental sabiduría; Gabriel García Márquez, que compartió momentos con él, no encontró mejor expresión para definirlo: “patriarca bíblico”. Pues bien, lo que enlaza a Leandro Díaz con mis recuerdos del terremoto de Popayán es lo que cuenta el poeta José Atuesta. Los cantos vallenatos compuestos por Leandro Díaz describen la primavera con sus flores y colores; el río cuando el agua es cristalina, y la elegancia de una mujer por el vestido que lleva y la forma de caminar… Y es que, en sus casi cien años, Leandro, que había nacido ciego y andaba casi siempre con los ojos cerrados, vivió instantes de clara videncia. Las personas que vivieron con él lo veían caminar seguro hacia un punto del solar donde estaba el jardín y el murmullo de un manantial. De esas visitas salían cantos de lo que había visto.

Le agradecí al amigo José Atuesta su maravilloso relato, aquí resumido. Le agradecí porque fue la chispa para rememorar el momento místico que me regaló el terremoto de Popayán. En efecto, había salido esa mañana, del 31 de marzo, de las residencias universitarias, faltando pocos minutos para las ocho de aquel fatídico Jueves Santo de 1983. Alcancé a caminar hasta la intersección de la calle con carrera, diagonal a la casa del exgobernador Gerardo Bonilla, y a una cuadra de la casa paterna del pintor Rodrigo Valencia Quijano.

No pude seguir, porque la tierra a mis pies rugía y saltaba como una bestia infernal; a mi alrededor las tejas caían de las casonas coloniales, como barridas por un viento furioso, y las ventanas de hierro forjado crujían en el absurdo afán de liberarse de las paredes; más allá de la casa del pintor una mujer mayor arrodillada y con los brazos en cruz pedía a gritos perdón por los pecados de la humanidad; un perro pasó rozándome, más que carrera era un relámpago.

Durante los interminables 18 segundos del fenómeno sísmico, tuve un solo pensamiento: un volcán ciego había empezado a abrir bajo mis pies la boca de un inédito cráter. Ante esa evidencia, asumí que mi vida había llegado a su fin. Y sucedió lo inefable: la eternidad. Mi cuerpo físicamente dejó de ser y entré en un estado de éxtasis, de plenitud absoluta, de felicidad total. Evoco esa epifanía siempre que alguien quiere explicar con palabras lo que no es verbal: la vida eterna.

**************************

Otras publicaciones de este autor en:

Donaldo Mendoza
Sigue a Proclama en Google News
Deja Una Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Abrir el chat
1
Paute aquí
Hola 👋
¿En que podemos ayudarte?