Recuerdo cuando Carlos A Mosquera y Maese Bustamante, hace 65 almanaques (caneca en mesa y conservatismo en ristre), escribían directamente en la imprenta el editorial del periódico «Hoy». Al ritmo de las copas y las discusiones azules de la coyuntura, le pasaban al cajista aquello que, poco a poco, consideraban concluido… De repente el cajista se asomaba en la oficina y con indiscutible autoridad les advertía: “Les aviso que se acabaron las emes y sólo quedan cuatro eles”.

Pasó el tiempo. Llegaron los linotipos, orgasmo de genialidad mecánica unida a la fundición del plomo. Entonces y de una, línea-a-línea se armaban las columnas… ¿Impresión a color? Ni pen$arlo…

Nadie se imaginaba la posibilidad de pasar directamente de la pantalla computarizada al papel, y mucho menos la posibilidad de enredar al Minotauro en la gratuidad de los laberintos que abre el Copy-Paste. Y soñar lo que falta…

R: —A mí me tocó la época de los linotipos cuando comencé a escribir en El Liberal como en 1987 (ya había escaramuceado antes). A veces salían errorcitos; los que digitaban salpicaban el texto con extrañas in-maromas que golpeaban la legibilidad del texto; se extraviaban los ojos y el discurso ahí; pero seamos justos, eran pocas veces, veces simpáticas con la huella de la humana falencia. Después, como en 1991, llegaron los computadores; todos los sábados iba yo personalmente a digitar mi columna, que salía el domingo en la página editorial, frente a la del padre Francisco Paz Medina. A veces me lanzaba dardos, me excomulgaba con sus escarnios, pero no me dejé, a pesar de la poca guerra que albergo en el alma; aún recuerdo cuando me trató de «filólogo de pacotilla”, jajajaja. Dejé de escribir allí en 1994; el tema de Dios me sacó del camino: “Tienes que parar, me dijeron; no queremos problemas con la curia” … ni con todo el sanedrín, pensé. Me despedí entonces con un A-Dios que, para sorpresa mía no fue publicado. Después uno que otro extraterrestre como yo me preguntaba «¿Qué pasó, por qué no has vuelto a escribir?» El mismo Fernando Solarte Lindo, director del periódico después, trató de entender: “Pero la polémica es necesaria”, me dijo, pero yo ya había comenzado a volar en mi avión de silencios extraviantes… Volví en 2003, esporádicamente hasta hoy, hasta que aguanten mis pilas y se seque la mollera entre los atolladeros del tiempo.

Escribo en periódicos pero no soy periodista; mi alma no alcanza para tanto, no tengo ese linaje ni la preparación; no me entero, soy extranjero de razones, vivo tras los muros donde se esconde cierta alma que mira los despojos y las araucarias invisibles. Quizás hago rúbricas inentendibles, el lenguaje se me va por los aires, se fuga en una precipitación extraña de nubes. Y caigo, caigo de nuevo cuando la razón se ausenta en el círculo infinito. Palabras, sólo palabras… Voy perdiendo el palabraje en mi ropaje ultramundano. ¿Dónde mi número de identidad, dónde mi paraje civil, dónde mi cuerpo de nada? Tiro al terreno baldío lo que no me pertenece… y me alejo… me voy alejando de todo… y caigo en los agujeros negros…

**RVQ – ÁLVARO THOMAS M**

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