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Emaús (*)

El jueves 21 marzo, 2013 a las 1:30 pm

Rodrigo Valencia

Rodrigo Valencia Q

(*) El relato evangélico sólo habla de dos discípulos, pero yo cambio la historia a propósito.

Jesús - dibujo Rodrigo Valencia

Jesús, dibujo de Rodrigo Valencia Q

Iban los once camino de Emaús, y en esas él se les juntó; el día era gris, como la tristeza de ellos. Sólo faltaba uno; sentían pena por él, pero había sido escogido por el Altísimo para cumplir con el destino. Hablaban con el extraño de lo acaecido hacía poco; Jesús era marca eterna en sus memorias, pero ahora se sentían huérfanos, sus corazones eran ánfora quebrada, y él disimulaba, su mirada era un sol que se esconde.

Llegaron al pueblo y lo invitaron a quedarse con ellos; se sentaron a comer algo, y él tomó el pan; lo reconocieron al partirlo. Él adivinó sus pensamientos y les dijo: “Por eso es que antes os he hablado en parábolas, pero parece que ahora comenzáis a entenderme; habéis entrado en vuestra partición, comenzáis a ver cómo se parte el cuerpo para separar el espíritu”. Sin embargo, ellos seguían en vilo, sombras aún pesaban en sus ojos, y la tarde declinaba.

“Alguno querrá tocar mis llagas, pero yo os digo que quien toca mis llagas toca las suyas propias; porque mi cuerpo es el vuestro y mi espíritu es el vuestro. Quisiérais que yo aparezca más a menudo entre vosotros, entre las paredes de barro, pero yo os digo que quien no entra en sí mismo no derrumbará sus muros para verme en su propia alma, y el cuerpo de barro será más espeso que las paredes de esta casa. Amigos, aún no me conocéis; no basta con pronunciar mi nombre, no basta con alzar los ojos y manos al cielo. Yo soy el cielo que está en vosotros, soy el trigo que amanece en vuestros corazones”. Y entonces desapareció.

Ellos quedaron asombrados, la noche se acercaba. Les esperaba un largo camino, el secreto era todavía un velo en el cielo de sus almas. Se miraban, imploraban alguna llama de entendimiento; pero la llave que abre los recintos sacros aún no estaba madura para la luz que no declina.

Un perro aulló en la calle, la luna era centinela limpia entre las callejuelas, y ellos se retiraron a descansar. Recordaron que él les dijo un día: “Quien quiera descanso, venga a mí; os anuncio la paz que no es de este mundo”.

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