Cuando se hace alusión al Síndrome de Estocolmo, nuestro inconsciente colectivo de inmediato nos trae a la memoria dos sucesos relevantes; uno acaecido en 1973: “cuatro personas fueron tomadas como rehenes (durante un asalto al banco Kreditbanker en Estocolmo, Suecia), a quienes liberaron después de seis días, pero una de las prisioneras se resistió al rescate y a testificar en contra de los captores” (http://www.saludymedicinas.com.mx) y el segundo, de ocurrencia más cercana en el ámbito geográfico y temporal: el secuestro de Clara Rojas, la posterior concepción y nacimiento de su hijo Emmanuel con uno de sus captores.
Para el caso de estas líneas, es preciso decir que el Síndrome de Estocolmo, como resulta obvio, debe su nombre al primer caso. Dicho síndrome se presenta cuando el secuestrado se identifica inconscientemente con su agresor, ya sea asumiendo la responsabilidad del ataque de que es objeto o imitando física o moralmente la personalidad del captor.
La sociedad colombiana pudiera estar padeciendo este síndrome, ya que según Montero Gómez, (1999, Ciencia Policial nº 5), para que se pueda hablar de la ocurrencia de dicha condición, se hace necesaria la presencia de las siguientes situaciones: una ideología, entendida como la existencia de un conjunto de valores y cogniciones revestidos de argumento motivador concreto, político, religioso o social, para fundamentar la acción por parte de los secuestradores; cuanto más elaborado sea el corpus ideológico del secuestrador, mayor probabilidad de influenciar en su rehén. Un constante contacto secuestrador-rehén, que tiene que ser tan pronunciado como para que permita al rehén percibir la existencia de una motivación ideológica tras la acción traumática, abriéndose la vía para un proceso de identificación de la víctima con sus captores.
Visto todo lo anterior, es claro que el famoso Síndrome de Estocolmo, no es exclusivo de los casos de secuestro, o de violencia intrafamiliar, para la sociedad colombiana, es ya casi; un modo de vida. Aquí justificamos el uso indiscriminado de la violencia para zanjar cualquier diferencia, negamos la existencia de los problemas cruciales y vivimos enajenados en una existencia de mundo feliz virtual y por si fuera poco, creemos que para nuestros captores, es decir, la clase politiquera tradicional, son disculpables sus abusos, hechos de todos modos, con el noble propósito del bien de la patria, la democracia y la paz.
Es tan pronunciado el padecimiento de Estocolmo, que hemos terminado re-eligiéndolos o eligiendo a sus candidatos y candidatas, porque “lo que hace falta en este país, es la mano fuerte y el corazón blando”, como lo muestran las innumerables víctimas de los falsos positivos y los desplazados, ni que hablar de los contubernios y las trapisondas con el erario, botín de no tan santos contratistas o lobistas, como los llaman ahora, dueños del lapicero nombrador y del poder local, regional y nacional.
Es necesario una terapia nacional, para no seguir en el círculo vicioso, de que es mejor malo conocido, que bueno por conocer, eso es seguir creyendo que es mejor un tranquilo secuestro, que una arriesgada libertad.
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